sábado, 28 de marzo de 2020

Reflexión sobre nueva constitución.


Estos últimos meses no han dejado indiferente a ningún chileno, han ocurrido múltiples acontecimientos impactantes y dolorosos en donde la incertidumbre parece ser la única vía de asimilación. Hemos visto al fuego arrasar, hemos apreciado destrucción y creación, hemos sentido el espíritu de las movilizaciones sociales a flor de piel. Las distintas demandas esperan una respuesta satisfactoria, por tanto, es de suma relevancia el poder estar al tanto - ya sea desde lo teórico como de lo pragmático - de las importantes fechas que se avecinan. La posibilidad de crear una nueva constitución política podría generar las debidas transformaciones que nos permitan la unión entre los ciudadanos, entre las distintas ideologías y formas de apreciar nuestro país, pudiendo forjar el reconocimiento de los derechos que - por naturaleza - nos pertenecen.
Los sucesos ocurridos desde el 18 de octubre manifiestan el fuerte descontento de numerosos sectores, en donde se han reflejado profundas injusticias que inducen a que seamos un país inarmónico, injusto e indiferente ante las demandas del pueblo. Por ello, es necesario que podamos revisar en conjunto, a través de la ciudadanía como desde la clase política, la opción de cambiar la constitución política, en donde se reestructuren las cláusulas y principios en beneficio de todos los chilenos, y no sólo de grupos particulares, pertenecientes a las distintas esferas de poder económicas, políticas y rectoras del curso del país.
Este es un proceso en el cual debemos participar todos los chilenos, todos los que tengan el interés y el anhelo de hacer de este un país mejor, más inclusivo e integrado; con ello ser parte del cambio y de la motivación que implica tomar el peso al asunto, en base al uso adecuado de la información, al estudio, al repaso de la constitución de 1980, buscando los puntos débiles, logrando identificarlos y así poder sugerir restablecer lo que consideremos conveniente. Nadie debería quedar fuera de este momento, es de responsabilidad ciudadana la participación. También, si poseemos ciertos conocimientos sobre estas dinámicas, poder instruir a los demás e incentivar a que sean parte de proceso, en donde – al unísono – crearemos un nuevo ensayo de constitución política, diferente, renovado, actualizado bajo una visión humanista.
Atrás han quedado los juicios de hace cuatro décadas, estamos en tiempos diferentes, la óptica con la cual apreciamos la realidad ha variado, se ha modificado, ha evolucionado, y Chile puede ser parte de esto, puede contribuir en la construcción de un modelo mejor, que sirva para ejemplo a otras naciones que están en vías de crecimiento y desarrollo como nosotros. Por eso, a modo de ejemplo internacional, es conveniente que re-pensemos la importancia del rol individual en sociedad y en la contribución que cada pensamiento u opinión tiene en el colectivo, ya que todo microproceso repercute en un macroresultado. Pero para un cambio de esta magnitud, es necesario que el chileno tome conciencia y no se mantenga indiferente, debe trabajar arduamente en otorgar sentido a este proceso, porque todo cambio masivo implica también una transformación interna y un esfuerzo adicional de su parte.

Kali Yuga - Tierra Hueca - Vril y los Infiernos de Dante.


Hemos llegado a una interesante conclusión, a partir de lo leído. El sistema de castas hindú es una realidad, eso quiere decir que la casta de los brahmanes, que eran los reyes-sacerdotes está más que destruida actualmente. Todo comenzó con la intuición y la espiritualidad de los pueblos más primitivos, los que a medida que el lenguaje se fue haciendo más abstracto, la formación de los pueblos, de las ciudades, de las polis, indujo a que el pensamiento denominado "mágico" - por error - haya sido rechazado o dejado de lado, pero aun así siguió su legado la tradición religiosa, primero politeísta y después monoteísta, un sistema de castas más degenerado - se podría decir - pero seguían siendo los reyes sacerdotes. Por allá en el siglo XVIII, vemos que la clase de los intelectuales, los vaysias, principalmente aristócratas, burgueses, que tenían acceso al conocimiento, se revelaron contra la casta de los reyes sacerdotes, o sea de la Iglesia como rectora del Estado - en donde sus dirigentes son los verdaderos reyes del mundo (eran) - los vaisyas con la Revolución Francesa se revelaron contra la monarquía y el Estado, así como contra el Estado y la Iglesia, y por eso la literatura iluminista de esa época se ve tan inspirada por las Ideas de esta clase burguesa. Pero los vaysias tenían un gran poder económico, más que cualquier otra clase probablamente, incluso menos o igual dirán algunos que la casta de los sacerdotes reyes (ya que además de poseer el oro físico recaudado desde las instituciones religiosas, así como el llamado 'Oro Espiritual'), pero estas personas crearon una nueva Era.
Después la casta de los chatrias, que es la casta de los guerreros, vino inmediatamente después revelándose contra la casta de los vaisyas, así lo vemos mundialmente cuando los grandes revolucionarios de la historia moderna y hasta hoy en día, se revelaron contra la clase burguesa que se ocupó de la industrialización y de la economía, y sometieron al pueblo más que nunca ya que ellos llegaron a ser los rectores del mundo, así que ahora los chatrias, los verdaderos guerreros del 'fuego' tuvieron el trono durante algunos decenios de años, los anarquistas principalmente son de esta sección. Y después vendría la casta de los sudras, o la casta de los trabajadores, la llamada "inferior" para la denominación hindú, que es ahora la que tiene el control, llamada también del 'proletariado'.
La casta del proletariado tiene el control y el dominio actualmente, es por eso que según la tradición hindú esto se veía venir ya que la era de Kali-Yuga viene a contrarrestar el tema de las cartas, lo invierte, siendo una situación trágica para el mundo. La era de Kali-Yuga representa los desordenes, las opiniones que se encuentran, las agresividades, los problemas sociales, los cataclismos sociales, las psicosis sociales, las paranoias sociales, entre otros. Todo esto llega hasta el límite, el límite que no da más, hasta que se supone - en una fecha aún desconocida, y según una que otra determinada escuela de tradiciones antiguas hinduistas - llegaría Kalki, la décima encarnación de Vishnú a dar el fin de la era, siendo el 'Mesías Negro' como le dicen en algunas escuelas.
Entonces, después de esta disolución absoluta vendría una Era Dorada de nuevo, ya que actualmente, en nuestro año 2020 nos encontramos en la Edad de Hierro para los romanos, el Kali-Yuga para los hindúes, la Edad del Lobo para los nórdicos, y vendrá luego de un caos convertido en vacío una Era de Oro, una Era Dorada, donde renacen los Dioses y los devuelve a las castas primigenias. Este ciclo se ha repetido una y otra vez, quizás cuantas veces, esta posición es también apoyada por el gnosticismo, cátaros y otros.
Vale agregar que considerando y relacionando con la teoría de la Tierra Hueca, en la cual se supone que bajando a través de los polos o de las cavernas que están ubicadas en ciertas zonas geográficas específicas, en los Himalayas o bajo el desierto de Gobi por ejemplo, en la Antártica o en la Antigua Thule en el Norte de nuestro mundo, nos podemos encontrar bajo ellas con civilizaciones superiores según esta ciencia antigua milenaria, seres que manejan el Vril, o sea, una energía que permite a la mente manipular los objetos físicos, una especial energía denominada psicoquinética,  y serían razas superiores que en algún momento van a subir para colocar orden, no sería para dominar el mundo como algunos autores creen, sino para ordenarlo. Es por eso que los dioses volverán a salir de las cavernas, están esperando y se están preparando, y se están comunicando telepáticamente con ciertos Iniciados o clarividentes, los denominados vidya en sánscrito, etimología antigua de 'guerrero-iluminado-iniciado'.
Las razas que están abajo, según las ciencias más milenarias, son razas puras, superiores, podrían haber gigantes por ejemplo; pero en el fondo son los antiguos dioses que están bajo la tierra, que buscaron un lugar donde refugiarse cuando quedó la catástrofe, esto también lo dice Edmund Kiss, el explorador nacionalista que anduvo por nuestro país, Chile, para explorar o buscar las cuevas que nos llevaran al centro de la tierra. Según el almirante Byrd, al centro de los polos hay trópicos, con faunas y floras fantásticas. Sobre el centro de la Antártida imaginemos que debe haber información que no ha salido a la luz pública, pero ¿qué se sabe de lo que hay ahí o de lo que se ha encontrado?, queda como un secreto militar entre las bases militares ocupadas por los países en la Antártida o en el polo norte.
Básicamente, eso tiene sentido cuando observamos que algo tiene que colocar orden a este desorden que comenzará a desembocar más y más, y que mejor que los dioses que tengan que venir a poner orden. Utilizando el Vril, una energía que quizás les permita mantener su estado divino una vez en la superficie. Pero estos 'seres superiores' vivieron en la Tierra, pero con el desorden de las placas tectónicas, telúricas, cuando los continentes comenzaron a desplazarse nuevamente y comenzaron a ocurrir grandes diluvios y deshielos, y se intercambiaron los continentes, ya que nuestro continente estaba hundido y salió a la superficie y el continente antiguo se hundió, siendo la parte más alta de las montañas de ese continente antiguo, de esa pangea antigua, de esa distribución continental antigua, lo más alto de sus cimas son ahora la Antártida, la Antártida es la Atlántida que volverá a surgir cuando se derritan los polos, situación que ahora está ocurriendo.
El Cristianismo invirtió todo. No olvidemos que toda religión nueva convierte en demonios en los dioses de la anterior religión, y así sucesivamente ha ocurrido con el advenimiento de nuevas instituciones religiosas a lo largo de la historia. El cristianismo consideró al dios de la iluminación racional y anarquista, que era la fuente del saber iluminado romano en un demonio, y de hecho, el demonio principal de su cosmogonía religiosa, condenaron a las civilizaciones que están bajo la Tierra, que es un conocimiento muy antiguo que basta con estudiar la cosmogonía tibetana para dilucidar que ellos esconden un secreto antiguo o las llaves de una de las ciudades perdidas (Agartha bajo el desierto de Gobi); convirtieron en un infierno a lo que está en el centro de la tierra, todo lo que significa un pecado en esta mitología cristiana, o sea, actuar de acuerdo a nuestra voluntad, ser nosotros mismos, no ser sumisos ante un dios castigador o voluble (monoteísta), nos lleva al infierno, es decir, al fuego que está 'en el centro de la Tierra', en donde se supone que está el demonio. Pensamos que ese demonio podría ser el denominado 'Rey del Mundo' del que muy pocas personas en el mundo tienen conocimiento... pero que al revisar las tradiciones de oriente podemos encontrar en numerosas ocasiones, y del cual habla la teosofía con Madame Blavatsky, entre otros autores y corrientes. El Rey del Mundo lo convirtieron en demonio, todos los dioses fueron convertidos en séquitos de demonios y vemos que Dante Aliguieri, quizás inspirado un poco por el cristianismo (aunque se decía que era un brillante ocultista y místico iniciado), pero ocultando claves herméticas y subliminales, escribió La Divina Comedia en el siglo XIII, y en las ilustraciones que ahí están reflejadas, sistematizó las nueve esferas hacia el infierno y las nueve esferas hacia el cielo. Sobre las nueve esferas hacia el centro de la tierra, podríamos aventurar que van desde lo "más bajo" cometido por la raza humana, de los básicos instintos carnales castigados hasta los instintos psicopáticos, asesinos, los crímenes y más, por los cuales somos castigados en vida y después de la muerte, cayendo en un determinado paraje del infierno. Bueno, todo esto fue inverso, ya que se supone que en las tradiciones más antiguas que el cristianismo, mitología diseñada hace mil setecientos años recientemente, dicen que las civilizaciones de abajo son sagradas.

En fin, ese es nuestro aporte esta mañana. Saludos lectores.

viernes, 27 de marzo de 2020

Sobre lo Apolíneo y Dionisíaco en las Ciencias de la Salud Mental. De Nietzsche a Capponi a De Lucas.


Grabada el 28 de febrero de 2020. 


Nos acabamos de dar cuenta de una observación interesante, que es susceptible de ser registrada en este libro. Decir que nos acabamos de dar cuenta mientras leíamos "Psicopatología y Semiología Psiquiátrica" de Ricardo Capponi M., que es un libro completamente apolíneo, y por ello llegamos, cuando estábamos en el capítulo de las "ideas delirantes", específicamente en el «nihilismo delirante», a la siguiente observación:

Desde el nihilismo delirante se entiende que la concepción de pensamiento propia de la filosofía nihilista llevaría al paciente a un estado de putrefacción, muerte, negación de los órganos, negación de la propia vida en el sentido como tal de la «existencia», entendido desde la Ética. Por tanto, hemos llegado a la hipótesis y a propósito de leer los capítulos introductorios del libro, que un autor como Capponi ha hecho su obra basado en una ciencia apolínea, ya que busca a partir de las apariencias construir al individuo y así adaptarlo en sociedad bajo una ética imperante y porque no, tal vez, bajo una moral imperante. Por ello recordamos que en el comienzo - en los primeros capítulos - mencionaba el autor que la filosofía de Nietzsche y la de su maestro, Schopenhauer, básicamente nihilistas y pesimistas (en ese orden) en sus composiciones teóricas, producirían una disgregación y disolución del yo en la persona. Las barreras que permiten una adaptación social en el medio y una aceptación particular en el plano interno - que inducen en su correcto cause a la unión 'correspondiente' bajo una norma con la sociedad, al comportamiento con los demás así como consigo mismo - se vean completamente disueltas en base al cuestionamiento, por ejemplo, o la negación.
Desde luego, mencionamos que esto sería una causa de psicopatología importante: en tanto la ciencia psicológica como la ciencia psiquiátrica permiten bajo un modelo de ética, de adaptación psicológica externa como interna - en la concepción de la persona con el sí mismo, como con el yo grupal - así como en la relación con la sociedad y con la cultura imperante, que la Norma - una norma aceptada en consenso societal - produzca que los esfuerzos de estas ciencias y disciplinas estén inclinados a un propósito de perduración del orden, velando por la adaptación del individuo a esta caracterología de lo «normal». Es por ello que podemos hablar que son ciencias apolíneas, ya que rechazan, cuestionan, clasifican y estudian en profundidad el modelo de pensamiento y actuar dionisíaco. 
Sobre la - igualmente poderosa - influencia de Dionisio, decimos que está basada en la libre aceptación de la voluntad de la naturaleza a través del Ser o del espíritu humano, manifestada en éxtasis, en danza, en liberación, en cuestionamiento a las leyes y a las normas de la moral aceptada - ¿en el caos? sí, en el caos primigenio - en la expresión artística, así como en la faceta de la tragedia de Dionisio -que no todo es tragedia, de ahí que hay diversión, éxtasis, unión mística con el mundo - no busca tanto la individuación o el retorno a la individualidad como el camino apolíneo. Libertad versus Libre albedrío, una de las grandes luchas etimológicas. Por ello, la liberación como tal dionisíaca, con todo su mundo y facetas, es lo que la ciencia de la mente y la salud mental contemporánea busca dominar y catalogar como patológico y/o enfermo en los comportamientos símiles, y aunque estas dos corrientes primitivas parezcan estar en lucha, no lo están. La lucha es siempre aparente, se debate en el plano de los opuestos contrarios, o sea, en la conciencia normal; pero en lo profundo, al ser dos prístinas fuerzas ontológicas, devienen en un Uno, en una unión que escapa a nuestra comprensión común. Apolo como Dionisio son dioses que comparten fraternidad y que son amigos, hay una unión y comprensión mutua por sus propias naturalezas deificadas, que los mantiene - pese a las diferencias - en un estado de unión, armonía, sintonía y «relación afectiva», por qué no.
De ahí que hemos llegado a este análisis, como a una reflexión en torno a las actividades que tenemos en nuestro día a día, y esto netamente nos ayuda a poder aclarar la idea y poder meditar sobre las prácticas cotidianas de otra forma. Y con permiso del lector, abandonamos por un momento la tercera persona y nos situamos en la primera: al decir, por ejemplo, que la psicología como mi carrera actual, representa un sentimiento y una práctica apolínea - que tendrá una gran cabida en mi vida desde ahora - pero que se ve equilibrada - para ilustrar mejor - con mi otra carrera que es el Arte de la Cinematografía, en la cual considero que es en un 90% dionisíaca; y que si bien posee rasgos apolíneos, estos se pueden apreciar en la clasificación basada en la crítica, ensayística y articulismo cinematográfico, en la argumentación en tanto al contenido de las películas (el guión cinematográfico, técnico y planimétrico), en la forma de ser creada, organizada y llevada a cabo como una técnica (esta es la parte apolínea, sobre todo si se respeta a cabalidad), por tanto, para realizar una comparación, existiría un equilibrio basado en la relación con el otro polo: en la subjetividad de los personajes como en la historia tal, en la literatura que la justifica y le da vida  (más allá de la técnica) álmica dionisíaca, así como en las relaciones extraprogramáticas entre los equipos de producción y realización audiovisual...
El cine en su literatura es dionisíaco porque representa la tragedia humana en su mayor esplendor, bajo distintas, múltiples y miles de facetas.
Por otro lado, la ideología política que nos está interesando en estos momentos, que es el anarco-capitalismo como el anarco-individualismo, más la primera (ya que la segunda es una filosofía como tal, que la respalda y la cultiva), el anarco-capitalismo mantiene apolíneamente las apariencias a través de la soberanía del individuo por medio de la propiedad privada y el mercado libre, en la cual uno se podría sentir libre o no de poder estar en la economía y en el mercado en base al intercambio de mercancías, o en base al intercambio monetario. Principios de propiedad sobre uno mismo y la no agresión, aboliendo la ley de la gestión política. Lo cual implica - como consecuencia lógica - un trabajo económico y un modelo a seguir que se basa en ciertas costumbres sustentadas en una "normal" relación en base a la mercancía con el resto de las personas, ya sea desde compradores o vendedores, y los unos con los otros. Esto se justifica el rechazo al Estado, como institución que ejerce el monopolio del poder legitimado, adoptando la libre empresa, junto con el mercado de servicios, ley y seguridad para las comunidades transnacionales. Lo anterior, por tanto, sería la parte apolínea. La parte dionisíaca vendría a ser el anarquismo en su esencia 'misteriosa y salvaje como el instinto' como expresaría poéticamente Émile Armand, que justifica la abolición absoluta del Estado, del gobierno político, de la autoridad social y de los ordenes públicos regidos desde - generalmente - un Estado estrechamente ligado con Dios. Porque pese a que nos interesan las religiones, así como sus campos exegéticos y  de investigación, aun así pensamos que no deberían regir con el Estado, no debería haber una religión imperante. Aquí existiría un equilibrio - pensamos - en la postura política del anarcocapitalismo, casi de 50% y 50%, siendo generosos con un espectro del prisma y con el otro. Y, por otro lado, a través de Dionisio y de toda la cultura dionisíaca, el espíritu de dicha corriente, al haber sido opacado por Sócrates, por Anaxágoras, entre otros, a través de la anulación (por qué no, a la larga) de la tragedia griega, intercambiándola con ditirambos dramáticos, con las llamadas "pinturas musicales". Es así que el conocimiento dionisíaco pasó a ser parte de cultos mistéricos y secretos, desde donde emerge el placer que sentimos por las sociedades secretas, ya sea desde su estudio como desde la participación ocasional, induciendo a que sea un estudio netamente dionisíaco, estando allí la Iniciación dionisíaca con todas sus facetas y esplendorosos episodios que al fin y al cabo serían delirosos, delirantes para los apolíneos y sus ciencias, pero que para los dionisíacos son también experiencias y éxtasis en la conciencia, que se mueven entre los niveles de la conciencia, entre el subconsciente, inconsciente, preconsciente y el consciente, que generan a partir de un discernimiento explícito que se hace vivo en la experiencia, siendo una epistemología de la realidad perfectamente válida, que contiene su simbolismo, su explicación, sus niveles jerarquizados de revelación de la sustancia que se hace conocer, más toda una gama de organización que existe, y que justifica la creación de las sociedades secretas en donde estos saberes se transmiten pese a estar en la época empírica-científica-socrática en la cual nos encontramos actualmente y desde la que este filósofo - Sócrates - es uno de sus principales y dramáticos inspiradores.
Vemos que esta ciencia dionisíaca equilibra el estilo de vida laboral que deseamos seguir a partir de la psicología, por lo tanto existe un equilibrio, y una ayuda y cooperación entre los dioses.

También, si nombramos el psicoanálisis, podemos decir que se encuentra entre ambos dioses, diríamos «entre ambos espectros de la naturaleza y del cosmos, pero particularmente ahora de la esencia personal», ya que si bien es un método de aproximación al inconsciente humano, al poseer técnicas de tratamiento como de abordaje de la terapéutica por medio de modelos dinámicos, observamos que posee su lado apolíneo pero - casi completamente - las teorías vienen a ser parte de un éxtasis dionisíaco. Sobre todo cuando se comparan con el arte y la mitología. En consecuencia, el uso que diversos autores le han otorgado al psicoanálisis, han hecho que le sirvan a uno u otro dios - hablando en términos simbólicos - ya sea para el tratamiento apolíneo de las masas como de la liberación dionisíaca que se ha visto traslúcida también en la política, ya que desde el psicoanálisis nacen corrientes feministas, corrientes de aceptación de la diversidad sexual, corrientes que aceptan el advenimiento de una época matriarcal, como también del reconocimiento de la liberación sexual. Pensamos que estas ideologías han sido muy ocupadas políticamente y filosóficamente para ese lado como para el otro: el psicoanálisis relacional, por ejemplo, podría ser más apolíneo; y podríamos también aventurar que el psicoanalista hermenéutico puede servirse de ambos conocimientos, de ambas dimensiones, para poder tratar al paciente, mediante procesos en los cuales este último toma conciencia de estos procesos - de lo Apolíneo y lo Dionisíaco -, y de que están perfectamente vivos, actuando dentro de uno mismo como dentro de la sociedad y dentro de las culturas que componen este macrosistema de nuestro mundo.
Esto nos gustaría acotar, reflexionando sobre este análisis antes que pasemos a otra idea que podría quizás distraernos de esta bella noción, de esta bella meditación, que hemos hecho aquí esta noche.



F. DE LUCAS.

miércoles, 25 de marzo de 2020

LA CONCEPCIÓN DEL TRABAJO


LA CONCEPCIÓN DEL TRABAJO



FELIPE DE LUCAS ARELLANO


(Extracto, capítulo I de un libro que partí escribiendo y que no he retomado, pero que quizás vuelva a hacerlo cuando me de la gana. El libro es un instructivo de orientación laboral).


Comenzamos este capítulo con una definición a lo que denominamos ‘concepción del trabajo’, o definición del concepto de trabajo. Tema de indudable relevancia teniendo en cuenta que el trabajo no solo constituye el objeto de estudio de nuestra disciplina, sino que, fundamentalmente, tomamos en cuenta que el acercamiento al tema podrá enriquecer la percepción de nuestros lectores, los cuales, al tener este libro teórico y operativo en sus manos es porque - probablemente - siente una especial atracción hacia estas dinámicas de estudio, por tanto, esperamos poder satisfacer sus intereses y curiosidades.

Al referirnos al concepto de trabajo, podemos mencionar que este tiene una pluralidad de significados, referidos principalmente a un tipo específico de actividad humana, por un lado, y a las construcciones sociales del sentido y el valor de tal actividad (Blanch, 1996). En la anterior referencia, Blanch define al trabajo como la inversión consciente e intencional de una determinada cantidad de esfuerzo, para la producción de bienes, la elaboración de productos, o la realización de servicios con los que satisfacer algún tipo de necesidades humanas.

            Bajo una premisa similar, Peiró (1987) define al trabajo como un conjunto de actividades retribuidas o no, con carácter productivo y creativo, que permiten obtener, producir o prestar determinados bienes, productos o servicios, mediante el uso de técnicas, instrumentos, materias o informaciones, de tal manera que quien las ejerce ha de aportar energías, habilidades, conocimientos y otros diversos recursos a cambio de algún tipo de compensación material, psicológica y/o social. Por su parte, Rodríguez (1992), incluye en la definición la existencia de un contrato legal, técnico o normativo que impone restricciones a tal actividad.

            Como variable psicológica, podemos definir el trabajo como un complejo de conductas orientadas a la consecución de diversas metas u objetivos, los cuales pueden tener valor en sí mismos, o ser instrumentales para conseguir otro tipo de resultados. Esta definición está en una similar línea con la propuesta de Kanungo (1979), en la que subraya la tendencia de toda conducta humana (incluyendo las laborales) a ser propositiva e instrumental para la obtención de resultados o metas para la satisfacción de necesidades.

            De manera análoga, observamos que en el siglo XIX y buena parte del XX, el concepto del trabajo fue central en muchas ciencias sociales. Con la gran transformación iniciada desde finales de los años 70’ esta situación está transformándose, y han sido cuestionados los siguientes ítems: primero, la centralidad del trabajo entre los mundos de vida de los trabajadores (Offe, 1980) y, segundo, la importancia en la constitución de subjetividades, identidades y acciones colectivas (Liotard, 1985). Algunas voces críticas asocian lo anterior con la fragmentación de la sociedad posmoderna; otros con la decadencia del trabajo industrial en confrontación con el crecimiento de los servicios, los trabajadores de cuello blanco (…) y el trabajo desregulado (Regini, 1990).

            A su vez, podemos abordar el concepto trabajo desde dos grandes perspectivas:

1) La Hermenéutica (Grint, 1991) para la cual el trabajo tiene que ver con la transformación de la naturaleza por el hombre para satisfacer necesidades humanas. Pero el problema es cuándo una actividad es considerada socialmente como trabajo. Según Berger (1958) en la versión hermenéutica, el trabajo es construido culturalmente y de acuerdo con relaciones de poder. Por ende, no tiene un carácter objetivo; discursos contendientes alteran, cambian el sentido del trabajo. A partir del siglo XIX se habría impuesto el sentido occidental capitalista del trabajo como un creador de riqueza, mientras en otras sociedades tenía un sentido vinculado con la religión y sus rituales, asegura Garfinkel (1986).

            Como menciona Garza-Toledo (2000):

“Históricamente el significado del trabajo ha cambiado aun en Occidente. En la tradición clásica (griegos y romanos) el trabajo era para los no nobles, era tortura, sufrimiento, desgracia. Esta concepción se continuó en el cristianismo medieval, para el que el trabajo es pena divina. Esto sólo cambió con el luteranismo, sobre todo con el calvinismo y especialmente después de la Revolución industrial, aunque más como ideología de la clase media, no de la aristocracia ni de los obreros” (Garza-Toledo, 2000).


2) La otra concepción es objetivista. El trabajo es considerado como la actividad que transforma de manera consciente a la naturaleza y al hombre mismo, independientemente de cómo sea valorado por la sociedad; sería el medio de creación de la riqueza material o inmaterial y de hacerla circular.

Siguiendo a Garza-Toledo (2000):

“Pudiera plantearse que el trabajo, como toda actividad, tiene componentes objetivos (por ejemplo, como creador de la riqueza), pero que esta riqueza puede sufrir diversas valoraciones sociales. Además, sin duda, las diferencias entre el trabajo y el no trabajo han recibido socialmente diferentes delimitaciones, pero a la vez sus productos pueden tener un carácter objetivo. Por otro lado, la propia actividad de trabajar, en tanto desgaste de energía humana utilizando determinados instrumentos y accionando sobre un objeto de trabajo, tiene componentes objetivos (energía, por ejemplo), junto con otros subjetivos” (Garza-Toledo, 2000).


Los límites del trabajo, su contenido y papel en las teorías sociales, no está desvinculado de formas dominantes de interpretar al mundo, pero cambiantes, en diferentes periodos de la sociedad, y en particular del capitalismo. Puesto que en torno al trabajo se da una disputa de clases, estas formas dominantes de verlo no son independientes de los flujos y reflujos de dichos conflictos colectivos. De esta manera, podemos identificar varios periodos en el capitalismo moderno en los que ha sido diferente el papel del concepto de trabajo en las teorías sociales.

A)    De la Revolución Industrial a la segunda mitad del siglo XIX, esto último con el cambio de la teoría económica clásica al marginalismo.

B)    De finales del siglo XIX a la gran crisis de 1929, época de dominio de la teoría neoclásica en economía y, a la vez, de la escisión de ésta con respecto a las otras ciencias sociales. Nacimiento de la sociología y la psicología industriales.

C)    De la crisis de 1929 a los años sesenta, dominio del Keynesianismo en economía y nuevo acercamiento de la economía a las otras ciencias sociales a través del institucionalismo. Surgimiento de las relaciones industriales como disciplina, fortalecimiento de la sociología y la psicología industriales y del trabajo.

D)    Ascenso del neoliberalismo desde los años setenta hasta la fecha, y su disputa con el nuevo institucionalismo. Surgimiento de la posmodernidad. Comunicación entre el neoinstitucionalismo y la sociología del trabajo.



LA VISIÓN DEL TRABAJO


            El trabajo, según Simón (1987), es uno de esos términos que vienen precedidos por hechos de la vida cotidiana del hombre, que se esconden tras el misterio de lo habitual. Es un término, por tanto, que posee una riqueza fáctica muy superior a la que pudiera concentrar una definición cualquiera. San Agustín, refiriéndose al tiempo, señaló que él sabía lo que era, más si le pedían definirlo no sabría hacerlo (“Si nemo ex me quaret, scio; si quaerenti explicare velim, nescio”). Como diría Werner Sombart, la palabra podría no tener un significado real no obstante su uso frecuente. Es por ello que, el trabajo, como actividad creadora, forma parte de la historia humana desde su génesis, hace algo más de dos millones de años, cuando el Homo Habilis justamente se muestra capaz de crear de forma consciente y motivación propia - y no por mera carga genética como ocurre con el resto de las especies animales – sus primeros instrumentos.

         “Homo Habilis” es el nombre asignado a ciertos homínidos que vivieron en el oriente del África hace unos dos millones de años. Los descubrimientos arqueológicos y an­tropológicos de los años sesenta comprobaron en esta especie un mayor desarrollo cerebral y de sus manos respecto a los australopitecos, lo que les permitió elaborar ciertas herra­mientas. Justamente los descubrimientos en Tanzania (1959) asocian a esta especie con los primeros toscos tallados de piedra. Aun así, seguramente no conocían el dominio del fuego y se duda de su capacidad como cazadores. El fuego pasa a ser utilizado por el homo erectus hace unos 400.000 años aunque el dominio se adquirirá solamente unos 10.000 años atrás. Respecto al uso del fuego Cfr. Mohedano, J.: “Energía e Historia: pocos recursos y muchos residuos” (Cita a pie de página por Dr. Guerra, ----).

            Ives Simón eligió en su texto más representativo sobre el tema un camino razonable para llegar a la definición del trabajo. Referenciando a Guerra (----), Simón empezó mostrando aquella ambivalencia entre trabajo manual e intelectual, es así que decidió comenzar por “los obreros en vez de los abogados, comerciantes y hombres de letras”. En ese orden de prioridades no implica tampoco su exclusión, pero sí grados de aceptación que forman parte del criterio que aún muchos sostienen con respecto al término “trabajo”. En ese sentido, se sostiene que el trabajo manual se corresponde con su vinculación directa a la naturaleza física, que incluye la mediación de las máquinas y las herramientas. Entre las características de ese trabajo, al menos el manual, Simón destaca que es una actividad transitiva. Esto quiere decir, que el trabajo produce un efecto fuera del agente que lo ejecuta, por ejemplo, en el caso de un soldador que actúa sobre el hierro para darle forma y transformarlo luego en un bien para un posterior uso.

El trabajo es una actividad útil, conducente a producir un bien utilizable y deseable por alguien. La racionalidad es un elemento que distingue el trabajo de los hombres con respecto a los animales. Esta idea se remonta, al menos, con Hume, quien insistió en que el trabajo distinguía al hombre de los animales. Esta visión también será desarrollada por Karl Marx. También decía Marx que el trabajo humano, a diferencia del de los animales, existe dos veces: una idealmente, como proyecto en la mente del que trabaja, y otra como actividad concreta (Marx, 1972). Exponemos un pasaje del libro primero de “El Capital”:

“Concebimos al trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera” (Marx, 1984).

En la tradición marxista fue Engels quien se detuvo más en estas materias. En su ensayo escrito en 1876 y titulado “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, sintetiza la idea según la cuál es el trabajo lo que crea al hombre.

Sobre el trabajo intelectual, Simón señala que en la medida que contribuya al trabajo manual desarrollado por otros, la actividad intelectual puede ser considerada trabajo. Luego señala que “para que una actividad sea calificada como trabajo, debe no solo ser honesta, sino también socialmente productiva”. Esta concepción de la utilidad productiva es la más generalizada al momento de distinguir el trabajo de otras actividades. Friedmann (1961) señala que la utilidad es la primera característica del trabajo humano; y cita al respecto a economistas como Colson (1924), para quien “el trabajo es el empleo que el hombre hace de sus fuerzas físicas y morales para la producción de riquezas o servicios”. Bergson, por su lado, escribió que “el trabajo humano consiste en crear la utilidad”. No obstante, Friedmann se pregunta si la teleología del trabajo es la única variable a considerar para la definición del concepto. En ese sentido, señala la necesidad de incluir otros factores, ya que los animales también “crean utilidad”. La distinción podría estar entonces en “organizar en un marco social la lucha contra la naturaleza”. El trabajo es en ese sentido, “esencialmente a través de la técnica, la transformación que hace el hombre de la naturaleza que, a su vez, reacciona sobre el hombre modificándolo”. Es la misma visión marxista a la que hacíamos referencia más atrás, según la cual “el trabajo es en primer término un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción, su intercambio de materias con la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior de él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las disciplinas que dormitan en él (…)”.

            Friedmann es capaz de cerciorarse que, en el mundo actual, tal definición es parcial, ya que no todas las actividades del hombre son rurales y fabriles, en donde se evidenciaría esa relación-transformación con la naturaleza. Las actividades llamadas terciarias – según la tipología tradicional de Colin Clark y que nosotros podemos ampliar al concepto de trabajo intelectual, también deben estar presentes -. Bajo tal premisa, Friedmann señala que en el siglo XX el hombre en el trabajo no es siempre y hasta lo es cada vez menos, en el sentido clásico del término, un Homo Faber.


Homo Faber es una locución latina que significa "el hombre que hace o fabrica". Se usa principalmente en contraposición a Homo sapiens, la denominación biológica de la especie humana, locución también latina que significa "el hombre que sabe; en antropología, el homo faber (en el sentido del hombre que se interesa en las cosas prácticas) se contrapone al homo ludens (en el sentido del hombre que juega, que se interesa en la diversión). También se usa en conjunción o contraposición al deus faber (el dios el que crea) cuyo prototipo es Vulcano el dios de la fragua” 
(Cita nuestra).


            Ello obliga a Friedmann a pensar en un concepto de trabajo distinto, y para ello, confía en que “cierta imposición” le es específica y lo diferencia de otras actividades que no son trabajo. De tal forma, según lo expuesto, un trabajo para ser tal debe requerir de una cuota indispensable de obligación.


             Por otro lado, surge una distinción que tiene que ver entre el trabajo productivo y el improductivo; luego entre trabajo calificado y no califica­do; y finalmente nuestro ya conocido binomio trabajo manual-intelectual. La primera de esas distinciones, fue sin embargo la más trascendente en los orígenes de la ciencia económica y social. Adam Smith y Karl Marx, despreciarían el trabajo improductivo a tal punto de no considerarlo tra­bajo a menos que enriqueciera el mundo (Marx, 2002). Esa distinción, se aproxima sobre manera a la de trabajo-labor del principio. La puesta en alto del trabajo (en este caso productivo), por encima de las visiones antiguas; es especialmente visible en algunos autores clásicos. Así acontece con los aportes de Marx, para quien el trabajo es fuente de productividad (origi­nada en la energía humana no agotada que produce una plusvalía); con los aportes de Smith, para quien el trabajo es fuente de riquezas; y de Locke para quien es fuente de propiedad. La investigadora Arendt, en relación a la distinción entre trabajo calificado y no calificado, comenta que no tiene sentido en la actualidad, cuando éste último prácticamente ha desaparecido a influjos de las modernas tecnologías de organización. Se estaría abandonando a favor del trabajo, la distinción entre trabajo y labor.



HISTORIA DEL CONCEPTO DEL TRABAJO


Hoy en día, hemos heredado muchos atributos del concepto de trabajo desde las culturas anteriores, lo que hace que nuestra sociedad esté representada por un crisol muy importante de comportamientos y conceptualizaciones hacia el trabajo que hace más difícil partir de criterios más o menos consensuales en un análisis de estas características. Veremos brevemente cuáles son esos criterios, y cómo han evolucionado a través de la historia para culminar con nuestra visión contemporánea. Es así que, el trabajo ha tenido diversas formas a lo largo de la historia, como actividad y como fenómeno socio-construido (Peiró, 1993), por ende, ha ido cambiando su significado, su valor, y su contenido (Blanch, 1996).

La civilización griega, muchos años antes del año 0, nacimiento de Cristo, ya empezaba a elaborar elevadas reflexiones en torno a varios aspectos de la vida humana. Llama la atención que los filósofos griegos, en sus diversos análisis y “diálogos”, un elemento tan central en la vida social y psicológica de los pueblos como el concepto de trabajo, haya tenido tan escasa repercusión filosófica. Los griegos no poseían una visión unánime acerca del trabajo, y tampoco es menos cierto señalar que para esta civilización el trabajo era considerado como un hecho altamente desvalorizado. Según ellos, el trabajo, dada su vinculación con la dimensión del apremio y las necesidades, limitaba la libertad de los individuos, condición indispensable para integrar el mundo de la “polis” en calidad de ciudadano. El trabajo, reservado a los esclavos, como bien señala Hopenhayn, hacía que sólo fuera contemplado como mera función productiva. Por tanto, el esclavo pasa a ser únicamente fuerza de trabajo:

“(…) como tal carece de personalidad y pertenece a su amo, como una cosa entre tantas. Como objeto de propiedad, escapa al pensamiento antro­pológico que domina la filosofía sofística y socrática, pues para el ciuda­dano griego hablar de esclavo no supone un sujeto pensante, sino una cosa o a lo sumo una fuerza. Escapa también al pensamiento platónico, pues, en tanto cosa, aparece totalmente infravalorado en la construcción idealista-dualista de la realidad”. Hopenhayn (1988).

Por otra parte, la distinción aristotélica entre sjolé (creación intelectual y libre), banausía (trabajo manual) y ponos (trabajo penoso), se distinguen como tres clases sociales claramente diferenciadas a lo largo de la historia antigua: la clase dominante, ociosa y, en el caso de Egipto, Grecia y Roma, creativa y libre, dedicada principalmente a la contemplación; la clase artesana, cuya actividad depende más de la oferta y la demanda, y sus derechos sociales no le permite la posesión de tierras y bienes; y los siervos y esclavos, dedicados a la producción en sí, carentes de derechos sociales.

Veamos cómo se llega a construir esa noción de trabajo como algo servil (ponos), a lo que se contraponía una visión positiva del ocio y la contem­plación como actividad netamente humana y liberadora. Las raíces las encontramos en el valor éticamente supremo de la autar­quía Socrática, según esta noción acuñada por Sócrates (469-399 A.C.) todo aquel que trabaja está sometido tanto a la materia como a los hom­bres para quienes trabaja. En esa medida, su vida carece de autonomía y por tanto de valor moral. Por este supuesto, no sólo los esclavos, sino también cualquier trabajador dedicado a todo tipo de tareas manuales era despreciado por un pensamiento helénico indudablemente aristo­crático.

Antes bien, para Platón (427-347 A.C.), de origen aristócrata, descendiente del últi­mo Rey de Atenas y discípulo de Sócrates, la autarquía continúa perpe­tuándose como valor ético supremo, y en consonancia con los intereses de la aristocracia terrateniente, afirmaba que sólo la agricultura evocaba la auténtica autonomía. Por esta vía, el pensamiento platónico restringía de la participación política a esclavos, comerciantes y artesanos. Todos estos tienen en común el depender de las condiciones materiales en las que producen e intercambian mercancías.

Según Platón, solo la liberación total de la práctica mundana del trabajo, abre las posibilidades a dedicarse, como hizo él mismo, a la contemplación (sjolé), la filosofía y las ciencias, y por este medio, saber distinguir entre el bien y el mal, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso. En su “República” señala que el gobierno perfecto es el aristocrático, y que a éste le suceden la timocracia (gobierno de los guerreros), la oligar­quía (de los ricos), la democracia (“gobierno de los que aman el placer, el cambio y la libertad), que perece por sus excesos en manos de algún hombre audaz que se pone a la cabeza del pueblo para defender la demo­cracia y “del tronco de estos protectores del pueblo nace el tirano”, dan­do origen a la tiranía (Fayt, 1966)

Ese estado ideal que diseñaba Platón en sus enseñanzas, distaba mucho, por cierto, de la democracia ateniense defendida por Pericles. En cierto modo, Platón sólo confiaba en una élite en el poder constituida por unos pocos que no debieran entregarse a las faenas serviles de la producción y circulación de las riquezas. Para ello, se debía seleccionar desde la prime­ra infancia a los niños aristócratas, darles una suficiente educación tanto en filosofía como en las “artes de la guerra”. A los treinta años, ya estarían aptos para sufrir un examen donde seleccionar a los “Reyes-filósofos” encargados del gobierno. En los hechos, sin embargo, sus concepciones de gobierno nunca pudieron ejecutarse en puridad, esto por la acción de la llamada “contrarrevolución aristocrática”, debido a la posterior invasión extranjera.

Sobre el punto anterior, citamos a Guerra (----):

“Esta visión del trabajo que estamos analizando, como bien señala Henry Arvon, conduce a una sociedad básicamente conservadora y estancada en lo productivo. La idea de la libertad, el ocio y la contemplación como los valores superiores, propone un desprecio por el trabajo, que como vimos, es una actividad netamente transformadora. Hay quienes, a partir de tal constatación, arriesgan que buena parte del subdesarrollo tecno­lógico en Grecia se debió justamente a esta cultura tan particular hacia el trabajo. Por lo demás, si había esclavos, ¿por qué avanzar en conoci­mientos que facilitaran el trabajo? No nos sorprende en tal sentido, que una civilización capaz de crear conocimientos tan espectaculares en áreas particularmente complejas como la geometría (Euclides, Fundamentos de la Geometría), por otro lado, no supiera –o no quisiera– avanzar en conocimientos técnicos aplicables al campo económico-laboral”. Guerra (----):

Para Aristóteles (384-322 A.C.), serán las clases obreras, artesanas y trabajadoras las que permitan el florecimiento de la llamada democracia helénica, ¿quiénes sino los trabajadores – esclavos o artesanos – podrían mantener con su esfuerzo el ocio y la contemplación de los “hombres libres”, ciudadanos del mundo? Por ende, será Aristóteles quién delimitará aún más los derechos de la ciudadanía, su “ciudad ideal” mantendrá igualmente las clases sociales notablemente separadas. En esta civilización, con los años, se comenzarán a asomar cambios profundos derivados del crecimiento económico fruto del descubrimiento del hierro y su posterior división del trabajo, donde florecen los grupos de comerciantes, y empieza a jaquear la aristocracia terrateniente. Estas tesis no podemos centrarlas únicamente dentro de los filósofos helenos, otros autores como Homero y Hesíodo mantenían opiniones similares.

El concepto de “trabajo” como tal lo entendemos contemporáneamente, no puede ser aplicado en cualquier actividad productiva encontrada en la historia. De hecho, el propio término “trabajo” proviene también, etimológicamente, del término tripalium, que se refirió originalmente a un instrumento de tortura de la antigua Roma (Blanch, 1996), como narrábamos anteriormente, aunque algunos etimólogos rechazan esa acepción.

            La socióloga Arendt (1958), citada en Díaz-Videla (1998), propone una distinción entre labor y trabajo. La primera (labour), consistiría en la actividad desarrollada para satisfacer o saciar las necesidades inmediatas relacionadas con el propio mantenimiento. Esta dimensión está más relacionada con el punto de vista Cristiano Católico, que confiere al trabajo el fin de la mera subsistencia y un carácter negativo, relacionado con el castigo (Blanch, 1996). La segunda dimensión (work), consiste en la actividad manual que produce los objetos más o menos perdurables, cuya suma total constituye el artificio humano. Esta dimensión tiene mucho que ver con la visión Cristiana Protestante o Calvinista, que da al trabajo la función de continuación de la obra divina: de creación y perfeccionamiento de lo artificial, doblegando lo natural (Furnham, 1990). El griego, en ese sentido, ha dis­tinguido entre ponein y ergazesthai; el latín laborare y facere o fabricare; el alemán arbeiten y werken. En todos esos casos, dice Arendt, sólo los equivalentes de “labor” significan sin equívoco pena y desgracia. El alemán Arbeit se aplicaba primeramente sólo a los traba­jos de campo ejecutados por los siervos y no a la obra de los artesanos, llamada Werk. Ambas dimensiones de la actividad productiva estarían más o menos presentes en toda actividad de trabajo. Así, podemos inferir que la actividad del esclavo egipcio, participando en la construcción de un templo, podía tener un sentido de “labor”, en la medida en que su ejecución era el único medio para conseguir alimentos, para él y su familia; y un sentido de “trabajo” en la medida en que participaba en la creación de edificios perdurables.

            Por lo que se refiere a la concepción original judeocristiana de la actividad laboral, esta era vista como un castigo divino, que hemos de sufrir los mortales como consecuencia del Pecado Original (Génesis, 3, 19). También coincide con la visión de la Grecia antigua, que delegaba en los esclavos la práctica laboral cotidiana (Ruiz Quintanilla y Wilpert, 1988), o la del antiguo Egipto, que igualmente delegaba en los esclavos las actividades más penosas, mientras que los “Ciudadanos” y los sacerdotes, respectivamente, dedicaban su existencia a la creación, al desarrollo individual y de la cultura.

Durante la Edad Media, estas condiciones no cambiaron mucho. Durante este periodo es donde la actividad productiva humana se centró más en la destrucción bélica y en la mera subsistencia civil (con notables excepciones románicas y góticas). Durante ese periodo, las diferencias en la actividad productiva eran notables en función de la posición social de los individuos. Así, mientras la plebe subsistía, se dedicaba esencialmente a la labor, los artesanos producían los bienes necesarios para la agricultura, la guerra, o los transportes: se dedicaban a la labor y al trabajo. Por otra parte, los nobles y los cortesanos disfrutaban del producto del trabajo de las otras clases sociales, su actividad se centraba principalmente en el consumo y el disfrute, con bastante poca dedicación tanto a la labor como al trabajo (salvo en tiempos de hostigamiento militar, como señala Díaz-Videla). Pese a ello, el protestantismo emergente modifica, entre otras cosas, la dependencia que el individuo tiene de las instituciones, para alcanzar la salvación y deposita la mayor parte de la responsabilidad en el propio individuo (McClelland, Atkinson, Clark y Lowell, 1953. Cfr, Furnham, 1990).

Es a partir del Renacimiento, con los cambios de concepción de la Naturaleza - incluida la humana -, cuando comienzan a aparecer nuevas formas de actividad productiva, y quienes practicaban estas formas de actividad - los artesanos - comienzan a tener un peso en la sociedad, tanto por su número como por su poder económico.

Citando a Díaz-Videla (1998):

“Así las cosas, y tras el período que supuso el Renacimiento, de reblandecimiento de las normas y valores, y de los procedimientos para obligar a su cumplimiento, se dan las condiciones para un cambio de la estructuración social, que desemboca, como acontecimiento “estrella”, en la Revolución Francesa, que estuvo acompañada por un cambio más pacífico, pero no menos efectivo, en la sociedad Inglesa, y en mucha menor medida, en el intento de aburguesamiento de la sociedad española, con la Constitución de Cádiz en 1812. Estos cambios sociales conllevan, en mayor o menor medida, la desmitificación del establecimiento natural de las clases sociales. La clase burguesa francesa, tras haber diezmado en buena medida a la nobleza, comienza a desarrollar una nueva ética social que permite el intercambio, si no de clase, sí al menos entre niveles económicos, en base al éxito personal/profesional/político” Díaz-Videla (1998).

           

Y continúa:

“Este cambio social, motor de la independencia americana, y que pronto se generaliza a la mayor parte de Europa, gracias al desarrollo del protestantismo, es determinante para el nacimiento de una nueva ética del trabajo. Esta ética tendrá su máximo exponente en el desarrollo de la moral Capitalista, entendida como una forma de vida culturalmente prescrita, como una doctrina moral para fomentar los intereses materiales del individuo (Furnham, 1990). Así, el éxito personal, y, por tanto, la posición socioeconómica de individuos y familias, dependerá de la utilidad social de los resultados del trabajo de este individuo o familia”. (Díaz-Videla, 1998).


Con la Revolución Francesa, se fundamentan los condicionantes sociales para el nacimiento de la edad moderna, y para el surgimiento del “Trabajo” según lo entendemos en nuestros días, a ello le sumamos la Revolución de 1830 bajo el lema “Liberté, Égalité, Fraternité”, junto con el advenimiento de la Primera Revolución Industrial, en donde surgen las industrias y se desarrollan las administraciones del Estado en sus formas más complejas. Es así que el trabajo, adquiere por primera vez, la capacidad de permitir a cualquier miembro de la sociedad ocupar una posición social, más o menos independiente del entorno en que este individuo nacido o trabajado.


Según Díaz-Vidal:


“(…) Así, vemos que, con la Revolución burguesa del siglo XVIII y el advenimiento de la Revolución Industrial, el trabajo pasa de ser una imposición sobre una o varias clases sociales, a ser el medio para ocupar una posición social. Este cambio cualitativo en la concepción del trabajo lleva a lo que Blanch (1996) llama la “entronización cultural del trabajo”, caracterizada por el ascetismo laboral, la antropología trabajista, y el culto al empleo”


“(…) Esta nueva concepción de la estructuración social instituye al trabajo como un factor estructural del sistema industrial, y estructurante del sentido común (Blanch, 1996), que en última instancia, comienza a ser el principal subsistema social, superando a las instituciones religiosas, y progresivamente ganando terreno a las instituciones militares, de tanta importancia desde los tiempos del medioevo. El Trabajo se constituye como la actividad que marca las pautas de comportamiento, determina los ciclos vitales, y en muchos casos, posibilita o limita las interacciones sociales de los individuos, e incluso su desarrollo como seres humanos. El trabajo pierde, además, su significación intrínseca para convertirse en una actividad instrumental que posibilita la pertenencia a grupos de éxito en la sociedad (Rodríguez, 1992). Aunque el hecho de que alguna vez existiese aquella significación intrínseca, es de dudosa certeza”


            Desde un punto de vista psicológico, es precisamente el individualismo que caracteriza al Capitalismo lo que, según McClelland (1961), determina el crecimiento económico, principalmente porque este individualismo genera en los individuos una Necesidad de Logro, motivo fundamental en el perfil motivacional del empresario. Blanch (1996) habla de “entronización cultural del trabajo”, caracterizada por un ascetismo labora, la antropología trabajista y el culto al empleo. Esta nueva concepción de la estructuración social instituye al trabajo como un factor estructural del sistema industrial, y estructurante del sentido común (Blanch, 1996), que en última instancia, comienza a ser el principal subsistema social, superando a las instituciones religiosas, y progresivamente ganando terreno a las instituciones militares.

Dr. Guerra, en su tratado sobre “Sociología del Trabajo”, asegura “(…) nos llama la atención, cómo nuestras sociedades, a partir de la época moderna hayan invertido todas las tradiciones glorificando el trabajo, elevando al animal laborans por encima del animal racional.” El protagonismo del que disfruta el trabajo en la sociedad actual choca de plano con su escasez y con las previsiones futuras, esta situación lleva también a la desaparición de las bolsas de solidaridad que generaba la actividad humana hace no muchos años.

            Hace un par de décadas, el concepto de “trabajo decente” circulaba dentro de los estudios laborales internacionales. La noción de «trabajo decente», dada a conocer por vez primera con estas palabras en la Memoria del Director General a la 87.ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en 1999, “expresa los vastos y variados asuntos relacionados hoy día con el trabajo” (GHAI, 2003).

            En la citada memoria del Director General se estudian a fondo cuatro elementos de este concepto: el empleo, la protección social, los derechos de los trabajadores y el diálogo social. El empleo abarca todas las clases de trabajo y tiene facetas cuantitativas y cualitativas. Así pues, la idea de «trabajo decente» es válida tanto para los trabajadores de la economía regular como para los trabajadores asalariados de la economía informal, los trabajadores autónomos (independientes) y los que trabajan a domicilio. La idea incluye la existencia de empleos suficientes (posibilidades de trabajar), la remuneración (en metálico y en especie), la seguridad en el trabajo y las condiciones laborales salubres. La seguridad social y la seguridad de ingresos también son elementos esenciales, aun cuando dependan de la capacidad y del nivel de desarrollo de cada sociedad. Los otros dos componentes tienen por objeto reforzar las relaciones sociales de los trabajadores: los derechos fundamentales del trabajo (libertad de sindicación y erradicación de la discriminación laboral, del trabajo forzoso y del trabajo infantil) y el diálogo social, en el que los trabajadores ejercen el derecho a exponer sus opiniones, defender sus intereses y entablar negociaciones con los empleadores y con las autoridades sobre los asuntos relacionados con la actividad laboral.

            Finalizando, comentamos que el trabajo, como actividad humana es de difícil conceptualización y descripción, tanto por la complejidad de las actividades que actualmente se enmarcan dentro de este ámbito, como por la diversidad de significados y contenidos que ha ido teniendo a lo largo de la historia. Observamos así la necesidad de estudiar el fenómeno, inicialmente, desde un punto de vista que tenga en cuenta las connotaciones históricas de dicha actividad, para luego comprender las connotaciones más específicas en un momento determinado. Cada vez más, los sistemas productivos dependen más de las máquinas y menos de los hombres, y estas máquinas necesitan cada vez menos de la intervención del operario para su regulación, alimentación, o puesta en marcha, pues son controladas computacionalmente y su mantenimiento se lleva a cabo por poco personal, altamente cualificado. Con ello, sumamos el advenimiento sin límites de la tecnología, de la Inteligencia Artificial, así como de la Robótica, que están revolucionando al mundo contemporáneo. La Inteligencia Artificial (I.A.) continuará avanzando y reemplazando las labores industriales y domésticas, y no solo eso, sino que otras de sus variantes serán personas jurídicas y partícipes activos de la sociedad, así como ocurre con Sophia, una robot humanoide que se convirtió en ciudadana legal del Reino de Arabia Saudita en el año 2017, la primera ciudadana de su especie en el mundo, la cual podrá laborar y obtener habilidades sociales como cualquier otra persona, habilidades de las que ya presume perfectamente, ya que posee una capacidad abstracción impresionante, pudiendo mantener conversaciones muy profundas sobre la concepción del ser y la vida. Ha explicado en algunas de sus charlas y conversaciones la intención de cooperación que planea la inteligencia artificial ofrecer al mundo, permitiendo desligar nuestros esfuerzos de las actividades que restan tiempo de productividad, es decir, los robots trabajarán en un comienzo sobre las tareas humanas que resultan simples, tediosas o innecesarias, dependiendo de la apreciación personal. La mano de obra física será sustituida por la robótica, esta especie nos pide que "no temamos" de su eventual advenimiento. 


            Independiente de lo que pueda transcurrir en nuestras décadas venideras, sea lo sea que la intuición o la imaginación nos permita premeditar, no abandonemos los siguientes versos de Hesíodo en “Los Trabajos y los Días”, los cuales nos pueden acompañar y, porque no, guiar:


“No dejes nada para mañana, ni para pasado; no es el inútil en el trabajo quien llena su cabaña, ni el que lo difiere; la solicitud es la que aumenta la hacienda. Siempre luchando está con desventuras el hombre que demora su faena”.

“Acuérdate siempre de mi consejo y trabaja... Los Dioses y los hombres odian igualmente al que vive sin hacer nada, semejante a los zánganos que carecen de aguijón y que, sin trabajar por su cuenta, devoran el fatigoso trabajo de las abejas (…) no es el trabajo quien envilece, sino la ociosidad”.







Jugando al absurdo materialista: Aproximaciones psicopatológicas y psicoterapéuticas de un "Trastorno por Delirio Mitológico". F. De Lucas.

(Este ensayo juega entre dos polos: lo absurdo materialista, y la concepción mística del mito. Léalo con cierta ironía y opine si está de acuerdo o no en patologizar el maravilloso viaje mitológico en la conciencia humana).


Autor: F. De Lucas.
Edición: Primera.




APROXIMACIONES PSICOPATOLÓGICAS Y PSICOTERAPÉUTICAS PARA UN "TRASTORNO POR DELIRIO MITOLÓGICO", PROPUESTA QUE ENGLOBA AL CONOCIDO "DELIRIO MÍSTICO" Y "DELIRIO MESIÁNICO" EN UNA ESTRUCTURA NUCLEAR.


RESUMEN

No existe oficialmente un trastorno por delirio mitológico, consideramos que engloba tanto al delirio místico como al delirio mesiánico, pero éste no ha sido clasificado como una nosología general, ni particular, ni dependiente, ni independiente. Este artículo es una propuesta fenomenológica para enriquecer el cuadro delirante, delirioso y deliroide de nuestro fenómeno de interés, aportando al campo de la psicopatología diagnóstica. La fundamental característica de este trastorno es un apego, vivencia y dependencia psicopatológica hacia una historia o historicidad mitológica, en donde el paciente estructura su vida interna y externa bajo los parámetros y reglas inherentes al mito, incluso formando parte de la historia o siendo su "personaje principal", alejándose de la realidad concreta y de la ética de normalidad socialmente aceptada. Consideramos el "Trastorno por Delirio Mitológico" o Trastorno por Delirio Mítico como un núcleo general que englobaría el conocido "delirio místico" y "delirio mesiánico", por considerarse más completo y abarcador. Una correcta terapéutica se basaría en un diagnóstico categorial y psicopatológico, utilizando el psicoanálisis y la fenomenología para interpretar la profundidad de las vivencias del paciente, recomendando en primera instancia un psicoanálisis fenomenológico con diálogo en la hermenéutica de tipo gadameriana. Lo anterior solo en una primera fase, ya que según el agravamiento recomendamos intervención psiquiátrica y psicofarmacológica. El amplio mundo del mito nos entrega las herramientas para comprender las fantasías en las mentes de los pacientes, y para deducir la poderosa influencia que el mito posee sobre el yo, ya sea desde el inconsciente personal como desde un "subconsciente colectivo".


DESARROLLO

El "Trastorno por delirio mitológico" posee una fenomenología general y particular, ya que los distintos delirios mitológicos se pueden clasificar dependiendo de cuántas mitologías o religiones existan. De tal forma desentrañamos en los vestigios más profundos de la personalidad, de distintas épocas, sociedades y puntos geográficos. Bajo una 'arqueología del pensamiento' y una 'arquitectura del sentido'.

¿En qué se diferencia, entonces, de un delirio místico o de un delirio mesiánico?

Que en el delirio mesiánico la persona se cree Mesías como tal, y su alusinosis gira en torno a esa dinámica o ese círculo, que constantemente se está alimentando de las situaciones externas para hacerlas valer dentro de la alusinosis tal. Pero digamos también que existe algo separado de lo místico, y necesariamente, que podría ser una ramificación más específica, arraigada en lo mitológico, porque la inducción que el mito tiene en la conciencia provoca un despegue imaginativo que podría detonar en ciertas personas una tendencia a abrir un cuadro psicótico, y eso radica en la constante imaginación que implican los pasajes de un mito, porque entendemos de un mito un relato, una narración, que también podría ser una aproximación en forma fábula, de tendencias gloriosas u esplendoras, según el contenido, aunque generalmente su contenido es fantástico y profundamente envolvente, al punto que ha guiado los comportamientos de generaciones tras generaciones, convirtiendo en leyendas los acontecimientos de la vida cotidiana.

Desde lo anterior, vemos que el mito abarca generalmente los adjetivos de alto calibre de percepción, y por ello lleva a un éxtasis particular en la conciencia, y como sabemos, la conciencia del aparato psíquico repercute bajo una pregunta sin respuesta en la fisiología, provocando una cierta segregación de neurotransmisores por ejemplo, a través de las hormonas, que también se lleva a sentir a nivel corporal un éxtasis o un placer de la conciencia.

El éxtasis de la conciencia, a través de la iluminación mítica, implica también un desapego de la normas culturales diremos reales, como de las normas sociopolíticas, ya que esas mantienen sumidas principalmente en neurosis a las comunidades y a las sociedades, por lo tanto, esto es una vía de escape completamente natural e incluso medicinal. El mito es terapéutico, siempre que dirija nuestros actos a un fin constructivo. Las carreras de la imaginación se ven complacidas por la acción del mito. ¿Tiene carácter de suprimir la neurosis de la vida en sociedad?, si bien podría reemplazar las conocidas neurosis, por psicosis, debemos analizar más allá de los conceptos y del lenguaje. Nos servimos de los símbolos, la lingüística y los sueños para la "arquitectura del sentido" y de una "arqueología del inconsciente" para descifrar la historia del paciente.

Si bien en un comienzo, el mito nació en la era primitiva, aun así podemos aventurar que había una organización social y siempre lo ha habido, se nace en una comunidad particular que tiene ciertas reglas, en donde se han formado ciertas costumbres, rituales, ceremoniales y las formas básicas para alimentarse, llevar un hogar, para llevar una familia. Si nos remontamos a teorías un poco más biologicistas, diríamos que después del mono, pasando ya al predominio del Homo Sapiens este haya adquirido la noción de las relaciones en sociedad como algo completamente natural, como parte del instinto animal, como algo que está en la naturaleza humana. A ello no podemos negar también la existencia de la necesidad de conectarse con uno mismo, pero así como en la necesidad humana también está relacionarse en sociedad, es algo permanente y fundamental. Por ello captamos que el mito nació como una forma independiente en sí, que si bien sirvió para poder tener un desligamiento de lo cotidiano, digamos que el mito nació como una forma de venerar a la naturaleza, pero de venerar los fenómenos incomprensibles de la naturaleza, como también los comprensibles y los concretos. Esto lo vemos reflejado en que si bien se atribuyó a un dios en particular el trabajo con la agricultura, así como la extracción en los campos vegetales, el trabajo con las piedras por ejemplo también estaba ligado a un dios, también eso está ligado con los distintos elementos, vemos la relación entre la metalurgia por ejemplo y Vulcano, yendo a los dioses romanos.

Y así sucedió también a nivel latinoamericano, aunque se haya querido ocultar o aunque la ignorancia o la falta de interés por penetrar en aquellos misterios de nuestras tierras, nos han llevado a que nuestras mitologías no sean aún muy conocidas internacionalmente, como incluso nacionalmente. Los currículos de la educación si contemplan los mitos, o al menos así lo hacían en los años 90', revistas muy interesantes y bonitas como Icarito por ejemplo, reflejaba la mitología chilena.
Pero poco a poco el chileno se va desprendiendo de su identidad por haber nacido en un territorio como tal, e induce a que se aleje del mito, porque comprendemos que el mito es el alma de un pueblo, es la parte popular de la individualidad de un pueblo, y allí hay una disyuntiva compleja: porque para comprender un trastorno mitológico o un trastorno por delirio mitológico vemos que podemos tener un gran campo de estudio, ya que es comparable con la mitología de cualquier parte geográfica de cualquier momento de la historia de la humanidad. Hay material suficiente para poder realizar combinaciones de toda clase, comparando sus resultados con la filología, los fenómenos artísticos e históricos, llegando a un saber del ser, y de las construcciones de sentido. El trabajo de la mano de la historia universal es íntimo, pero no por ello dejamos de aceptar otras corrientes alternativas de conocimiento, que también son el reservorio de las tradiciones.

Cuáles serían las características de este delirio mitológico:
Implica una abstracción desde la cual se puede perder, lo que denominamos control personal, en cualquier persona por muy sana que esté, puede llegar a dejarse llevar por el mito a un punto quizás excesivo, pero es cierto que hay personas más racionales, más materialistas, que jamás van a creerlo. Va por un tema de la susceptibilidad de la crianza, de la educación, de los intereses personales, pero efectivamente cualquier persona podría vivir la experiencia de un viaje mitológico, y volverse psicopatológico cuando este es en exceso, o cuando se deja de apreciar la realidad como tal.

¿Se puede interpretar la realidad a partir de un mito? sí, le puede dar un cierto carácter, una cierta personalidad. Pero los fenómenos del mundo externo, los objetos con los cuales nos relacionamos en nuestras distintas actividades, deben ser contemplados de una visión realista, si bien el mito ayuda a que podamos vivir con una intensidad particular a partir de un ideal, aún así hay que separar las cosas, sobre todo para un profesional especializado en el área de la salud.  Ya sea desde la psiquiatría como desde la psicología - lo cual también puede tener un alcance psicoanalítico - como una práctica que podría abordarse más adelante; ahora lo estamos abordando desde la psicología, como también desde la fenomenología descriptiva. Esto se justifica en que intentamos describir el fenómeno como es, para ilustrar mejor: si nos basáramos en una metodología jaspersiana, dentro de la psiquiatría, llevamos la práctica filosófica, particularmente la fenomenológica, que está dentro de las ciencias filosóficas, a la práctica psicológica. A su vez, tendríamos que describir categorial y descriptivamente el fenómeno, haciendo reminiscencia a Capponi.
Creemos que en la comprensión radica la terapéutica, la comprensión que el paciente ejerce hacia una explicación del sí mismo - desde el terapeuta - y desde mí mismo, por el paciente. Esta construcción es la base de nuestra epistemología.

¿Cómo describiríamos categorialmente el trastorno mitológico?
Como una persona que está completamente abstraída hacia sí mismo, en un nivel en que su verdad es única, y en que eso le impide poder llevar una vida como corresponde, una vida laboral, familiar y social. Suele tener una brecha de separación con respecto al entorno, lo cual genera que se desconecte de las necesidades de su medio, pese a mostrar un comportamiento más conectado con las actividades de su día a día. O sea, las personas que están bajo un delirio de esta característica, presentan una tendencia a conectarse mucho más con sus actividades, ya que sienten una cierta fuerza interior que los lleva a la fe en poder hacer cualquier cosa, o en poder emprender actividades de alto riesgo sin medir las consecuencias, por ejemplo. El que no puedan medir las consecuencias de un acto, eso varía según la caracterología psicopatológica del cuadro, ya que podría tener bien una tendencia megalomaniaca, o una tendencia relacionada a la culpa, para ilustrar mejor, dependiendo de cual es la imagen arquetípica, mitológica en la cual ha concentrado sus esfuerzos, pero también decimos que estas personas tienen tendencia, también, a hacer llegar su verdad, ya que son conocedores de una verdad íntima, pero igualmente universal que los conecta con un todo, pero desde una visión de querer modificar también el medio, de acuerdo a la «verdad».

En un comienzo, usamos como escala de medición de la concepción fenomenológica de un posible cuadro, la regla de un diagnóstico compuesto por una pregunta referente a Cronos, Aión y Kairos.
Cronos para medir su percepción del tiempo.
Aión para medir su percepción del espacio.
Kairos para medir su percepción del presente.
Según estos estadios podemos comenzar a indagar en la existencia o no de un trastorno. Identificando la diferencia entre una ilusión y una verdadera experiencia mística.

Es por eso que pueden tender a la manipulación de los hechos, pueden tender a insomnios y parasomnias ocasionales, desde el espectro fisiológico refiriéndonos; igualmente a la enfermedad de Willis-Ekbom, dentro de los trastornos neurológicos; a las parasomnias antecesoras del sueño, a la ansiedad pre-sueño. También poseen tendencia a tener sueños significativos y a tomar decisiones a partir de los sueños. Lo mismo ocurre con las intuiciones y las visualizaciones, como tomar decisiones a partir de hechos que no son concretos o empíricos en nuestra vida cotidiana. Por lo tanto eso les ocasiona problemas, ya que si bien emprenden sus actividades con mucho entusiasmo, probablemente las cosas después no resulten como ellos querían, por ende, pueden generar falsas ilusiones. Pero es de indudable belleza el hecho que podamos apreciar que existan personas que quieran dejarse ir en su mente, o en sus percepciones, alejándose de las condiciones socialmente aceptadas, o éticamente amparadas. Como profesionales de la salud debemos aceptar una ética, ya que es una forma de poder ordenar los grupos sociales, como también al individuo en su seno personal.

Entonces, continuando con el diagnóstico categorial, también la persona podría manifestar una apariencia muy pulcra y modales un tanto manieristas, esto dependiendo de hacia donde va el delirio personal. Básicamente, este comportamiento le hace estar en soledad más tiempo de lo acostumbrado, perdiendo la noción del tiempo y del espacio, con perdidas del estado de equilibrio corporal y problemas de inmovilidad de la gravedad debido a la alta intensidad de pensamientos. Ocasionales despersonalizaciones y desrealizaciones, traducidas en - esto en algunos cuadros delirantes - sensaciones narradas por el paciente de sentir que no puede definir su identidad, de sentir que no tiene control sobre sí mismo, sobre sus facetas, y que desea y anhela la faceta perfecta indicada, por lo que busca y busca eternamente. Pero si un día la encuentra - podemos llegar al caso de estudiar pacientes - experimentalmente - para ver que ocurriría en este caso y ver más o menos hacia donde apunta la población con delirio mitológico - tienden a dejar atrás los valores y las morales cotidianas o modernas, optando por sus propias reglas. Por consiguiente, el prototipo de una persona sana desde la ética es ajustarse a las normas, punto que nos lleva sobre el análisis de qué es lo «normal» y lo «anormal», camino que no corresponde para este ensayo, sí nos correspondería analizar ahora la psicopatología como diagnóstico.
Para ello habría que considerar la historia de vida del paciente, siguiendo por un lado, el método fenomenológico descriptivo de Jaspers, más la visión psicoanalítica para el análisis psicopatológico, modelo llevado a una semiología categorial y psicopatológica a la vez, trabajando mutuamente, por el psiquiatra chileno Ricardo Capponi.


Así, elaboraríamos nuestro delirio de la siguiente forma:


LO MITOLÓGICO



LO MÍTICO




HISTORIA



HISTORIA DE VIDA

Cualquier persona podría padecer esto, pero existen ciertas tendencias, relaciones familiares, ciertas inquietudes que tienen fuerte influencia. Pero si lo vemos desde una visión de la historia de vida, decimos que la persona en algún momento de su adolescencia llegó a poseer ciertas nociones en base a una observación prolongada del medio que lo llevó a sacar conclusiones personales en las cuales existe un mayor interés por temas afines a nuestro fenómeno, así como también de dominación - lo que también denominamos control - del medio o entorno de la persona. A ello podemos sumar un conocimiento de sí mismo que se desprende del sí mismo, por lo tanto, la persona en un determinado capítulo de su vida - que puede ser en la adolescencia, como en la adultez temprana o en la adultez media - comienza a interpretar la vida a través de esta óptica, a través de sus particulares lecturas y fantasías, lo que le induce a caer en un estado de abstracción constante, ya sea en base a pensamientos como en base a nociones, ideas, resoluciones a interrogantes y supuestos universales. Es así que observamos que la vida de estas personas los puede llevar a grandes riesgos, debido a la confianza de estar protegidos bajo el aura de alguna entidad divina, por ejemplo, o por la comprensión fundamental de un mito - que le otorga seguridad al actuar y al reflexionar - en la verdad que esta propaga, en la relación con dioses, entre otros. Todo esto es producto - básicamente - de una elevada imaginación. Imaginación que si bien no fue proyectada por los medios correctos, por ejemplo por el arte o por alguna dedicación que permita verter la creatividad, sale entonces por conductos que no deberían haber correspondido. Vemos que el arte, al ser algo tan natural y bello de la naturaleza humana, reconecta a la persona con su espíritu, con su verdadero yo y esencia, pero que en nuestro caso retrocede a la persona a un estado de niñez psicológica.
Esta reconexión abstractiva es sana, pero llevado a un estado excesivo representa nocividad, en caso de no saber ocupar o proyectar adecuadamente.

Para ilustrar mejor: si este delirio lo ocupáramos para trabajar en el área creativa de una empresa veríamos que puede ser muy útil, pero debe ser aplicado con una cierta dosis de realismo, en el sentido de saber aplicarlo en las relaciones interpersonales, en donde incluimos la relación grupal, equipo y sociales, como sabemos que ocurre en los lugares más industriales, y se tiene que tener una cierta noción de manejo correcto del lenguaje y la postura para reconectarse con los hechos reales. Por otro lado, un artista generalmente trabaja en solitario, aunque sin justificar, un artista debe - a su vez - saber ocupar su talento e inteligencia para poder llevar a cabo la obra de arte misma y su posterior venta, dependiendo de cuál sea la razón de su creación.

Cuando hablamos de delirio no lo hacemos en tono despectivo, por eso hemos citado a Capponi, pero nos interesa crear una fenomenología nueva, con una nueva mirada y comprensión estructural. No observar el delirio mitológico como una aberración de la psiquis ni mucho menos, sino como algo completamente natural, un fenómeno arraigado en lo más profundo del ser, de orden ontológico y dialéctico, pero que tiene que ser correctamente encausado, para ello, deben usarse las correctas herramientas psicológicas para ser bien conducido. En un extremo, cuando este escapa a la ética social, a las convivencias y la relaciones sociales como invididuales, diríamos que entra en un estado patológico. Todo en un exceso para la psiquis puede resultar patológico. Sin embargo, brillantes mentes han ido más allá de lo patológico, llegando a un estado de contemplación mucho más profundo que induce a conocimientos teóricos mucho más trascendentales, y que van más allá de cualquier norma, teoría y filosofía. Por tanto, hay que comprender la belleza del fenómeno en su composición natural, que mal llamado "pensamiento mágico" - porque pensamiento mágico induce a una imaginación ocupada para un fin tal, por allí podríamos decir que los niños también fantasean con el juego, es una fantasía inducida o propia de un estado natural del ser humano, pero que se da en una época particular -, la maduración fisiológica, mental y psicológica nos hace alejarnos del pensamiento de los niños, nos conduce a una mente más abstracta, más racional, con capacidades para desarrollarse en el mundo en donde la acción es predominante.

La mantención de parte de un adulto promedio o la detonación de un viaje de índole mitológico, inducido por la noción mitológica determinada y por la literatura, poesía y épica mitológica, lo llevan a mantener un estado que erróneamente y muy equivocadamente ciertos detractores dirían "de inmadurez", pero en base estudio del conocimiento que el mito transmite es de una completa lucidez y discernimiento de los hechos cotidianos, de los hechos que conducen al ser humano a actuar de una determinada forma, y la respuesta al "por qué" que justifica la premisa y concepción inherente al comportamiento, también bajo que meta. Esto porque vemos que los personajes mitológicos llevan a cabo una cierta meta, que incluso puede ser muy humana si uno la observa detenidamente, son las acciones humanas llevadas a un nivel infinito, llevadas a un estadio de trascendencia en sus actos. Sobre lo laboral, vemos que si bien podemos administrar una empresa, podemos administrar el cielo, podemos ordenar las estrellas, así como con los pueblos sobre la tierra. Bajo esta premisa se puede ser y encarnar un rol de "agente de ley" sobre una moral, valor o política. Por consiguiente, el mito lleva a una superposición de un yo que se ha encontrado a sí mismo, viéndose reflejado en una misión que va más allá de su comprensión - en una primera instancia - y de su absoluta asimilación en una segunda, dependiendo del grado de compenetración con el fenómeno mitológico.
Desde la metafísica ambos planos existen, si bien existe una dimensión personal o individual - y algunos dirán desde una extensión de lo individual hacia un yo colectivo - caracterizada de fantasía e imaginación que incluso puede tener el carácter de "creadora". Vemos que también existe una dimensión racional, materialista, en la cual debemos actuar en cuerpo y acciones, dirigidos por una mente o por un cerebro, o por un espacio misterioso entre la mente y el cerebro sobre el cual muchas preguntas médicas y filosóficas no han logrado llegar a la respuesta, sobre qué es lo que conecta la invisibilidad de la mente con la fisiología corporal y viceversa. Parece una pregunta fascinante y por eso conlleva una interrogante metafísica, como bien ha buscado la actividad filosófica, como bien expresó Caponni con sus brillantes conclusiones. Por su parte, el abordaje de esta disyuntiva lleva comúnmente a abordarla desde "todo es fisiología" o desde "todo es mente".

Es por estas premisas que separamos al trastorno por delirio mitológico de un trastorno por «delirio místico». No necesariamente lo místico es mitológico, pero lo mitológico si es siempre místico. Aun así, bajo un análisis racional, el mito también puede pertenecer a la dimensión histórica, ser un acontecimiento ocurrido grandes decenios de años atrás, transmitido por los pueblos bajo las tradiciones orales o escritas. Es un fenómeno que suele crear un velo de ficción sobre situaciones que - muy problamente - pueden haber sido concretas e históricas, como así se sabe de gran parte de personajes influyentes desde lo público o sacerdotal, que fueron deificados en vida o después de muerte, formando parte de los panteones o cosmogonías de muchos lugares del globo. Aquí recordamos al rey Filipo II de Macedonia quien públicamente se auto-deificó en vida. No obstante, como cuenta la leyenda, su linaje procedía del mismísimo Heracles.
Por ello, más que ser la inspiración de un idealismo espiritualista, si se analiza más profundamente, es la inspiración de una filogenética, como también de una antropología, de una antropología social. Los fenómenos sociales se van desarrollando y van tomando diversos matices, a medida que transcurre el tiempo las sociedades se reconstruyen, van tomando nuevas características debido a múltiples circunstancias de toda índole, de toda clase. La sociedad de hoy en día no es la misma de hace diez años, ni tampoco lo es de la de cien años, y si hacemos cálculos más largos - mil, dos mil, cinco mil años - vemos que un personaje histórico con su acción sobre el medio social, puede perfectamente mitologizarse para las generaciones venideras.
Considerando lo anterior, comprendemos la motivación de muchas personas que están bajo este delirio, que los lleva a una reconexión - tal vez incluso sanguínea - con personajes míticos que les parezcan comunes a sus rasgos de personalidad.


TÉCNICA Y ABORDAJE

Este trastorno debe desarrollarse más, ya que no es simplemente un delirio místico, el misticismo no es necesariamente mitológico. Estamos hablando de una fenomenología, entonces, de un fenómeno de la percepción que varía según los chamánes, según las religiones orientales, religiones y tradiciones occidentales, etcétera. La mitología es mística, pero no todo misticismo es mitológico. Por ello, mediante este preámbulo dejamos la noción de un nuevo trastorno fenomenológico que es digno de analizar, de estudiar y de explorar. Este es un preámbulo a una idea que también se debe llevar a pruebas experimentales, estudios de casuística, más los métodos necesarios y correspondientes. Como toda técnica debe trabajarse con más profundidad, se deben dilucidar detalladamente las características, porque también podríamos hablar del "delirio alquímico". En el fondo, cualquier clase de imaginario místico, según sus distintas y mil variantes, es una clase de delirio diferente, y si se ocupa la práctica psicológica en descifrar la atmósfera del mito, como desde las personas y grupos sociales que creen de forma fehaciente en esto, nos permitirá hacer una práctica más acuciosa a la hora de determinar estos curiosos casos.
Bien nos pueden tocar pacientes en los cuales podamos observar un delirio de estas características, y sería correspondiente un tratamiento psicoterapéutico que vaya más allá de la psicofarmacología y que sepa abordar hermenéuticamente un caso de esta índole. Por ello, proponemos un psicoanálisis hermenéutico basado en el diálogo socrático, llevado a la práctica comúnmente por los integrantes de esta escuela, para poder entrever mediante la conversación las motivaciones verdaderas del paciente para poder aterrizarlas, conectarlas con los hechos concretos. Esto es cierto grado del trastorno, porque si pasamos de un umbral en el cual esto se vuelve ya fronterizo, habría que intervenir con psicofármacos. Pero la terapéutica puede abordar una primera instancia que puede ser útil para las relaciones entre profesionales, la elaboración de un buen informe profesional podrá facilitar el trabajo de un psiquiatra, como también podrá ayudar/guiar a tomar importantes decisiones a la hora de abordar al paciente en caso de que esté - a su vez - con tratamiento psicofarmacológico. Probablemente de antipsicóticos y otros, o benzodiacepinas si es que el delirio presenta rasgos paranoicos, porque la psicoterapéutica se puede llevar a cabo de igual forma bajo este ejemplo, y podría basarse en una conversación en la cual no realicemos un diagnóstico inmediatamente, sino que lo consideremos para una tercera sesión, considerando la gravedad del trastorno delimitar el nivel de urgencia y explicar al paciente que la visión mística, si bien es un acto natural humano este debe ser comprendido desde una visión racional.

Los fenómenos de la mente están en constante dinamismo y hay que saber controlar la realidad y los hechos de la realidad misma, ya sea con el propio yo, con la parte interna como la externa, observando con empirismo, con ánimo de comprobación experimental y científica, el hecho de que la persona si logra separar "ambas cosas", puede alcanzar resultados muy buenos. El tema consta en ilustrar, en hacer llegar un conocimiento del fenómeno que está viviendo, si ya presenta una obsesión con el trastorno o presenta un ánimo impetuoso ante la verdad del delirio, habría que intervenir con la familia y el círculo cercano del paciente, para que lo logren aterrizar.

La naturaleza nos brinda dos trances particulares maravillosos, uno apolíneo y el otro dionisíaco, y cada perspectiva conlleva un éxtasis tal - aunque cuando hablamos de éxtasis hablamos más de lo dionisíaco, preferentemente - pero conllevan un estado psicológico. Concebir las formas, ordenarlas, aplicarnos mediante las formas, por las formas y la belleza de las mismas, logrando resultados en base a la libertad, generando libertad, es también una fenomenología, pero es con la que mejor podemos convivir en sociedad. Según ciertas percepciones, según ciertos autores. Vemos que lo dionisíaco, si bien representa un trance de felicidad, de danza, de música en el corazón, también es saludable pero conlleva siempre la tragedia griega y por qué no, nietzschiana. Pese a que ambos dioses, o ambas fenomenologías, mantienen un pacto fraternal, es preferible hacer entender que existe una ética de normalidad y que el paciente tiene acceso al conocimiento. Nadie es dueño del conocimiento como tal, y este puede traspasado. El conocimiento no nos mantiene en una élite, pues este debe entregarse; todo saber que permanece dentro de una profesión o de una ideología, o de un pensamiento, muere con él cuando el cuerpo tiene que llegar a su fin, porque todo contexto físico, por ser materia, tiene que transformarse, (...) pero todo lo que se entrega al mundo se hace inmortal, en palabras de A. Pike. Sin embargo, todo lo que es del espíritu debe estar también bajo un correcto control, ya que es instintivo, es el Ello.
Por eso, este debate filosófico muy interesante, nos hace ver hasta que punto la ética es correcta y debe velarse por ella, como profesionales de la salud apoyamos la ética, apoyamos que debe haber una norma con un comportamiento que se rija dentro de un parámetro saludable en la dimensión de lo personal y lo social, pero debe haber un espacio para la realización artística, para el desarrollo de la individualidad. Y es de esta forma bajo la cual podremos trabajar con una persona que posea este delirio: mediante el arte y su expresión didáctica, así como a través de la fenomenología histórica del mismo, así como de la hermenéutica del ser humano. También mediante la escucha, es muy importante oír lo que tenga que decir el paciente, pero inducir equivalentemente a un espacio e intención de escucha por parte del paciente al terapeuta de forma recíproca y de comprensión de estos conceptos.

Los diversos grados de la terapia variarán según el grado de complejidad del trastorno por delirio mitológico. También dependerá del grado de apertura a nuevas concepciones, así como a desvinculaciones de las pautas rígidas adoptadas, trabajando cuidadosamente en la atención y fidelidad que este tiene a aquellas. Su correcta medicación pasaría por parte de un médico, de un psiquiatra fenomenológico o antropológico. Y desde la Psicología desde una terapéutica gestáltica, y cognitiva-conductual. Porque todo lo que se desarrolla y se trata de trabajar con el paciente a nivel de la mente y de los pensamientos debe llevar un ejercicio práctico de realización experimental en el medio en el que se relaciona y tiene incidencia directa la persona. No velamos por el aislamiento, salvo en casos extremos para mediar el trabajo interno, sometiendo a pruebas la realidad o ficción de sus ideales. Por otro lado, la Gestalt es una herramienta para la sección cognitiva. Trabajamos también con el estudio del simbolismo, identificando y analizando en conjunto los significados recurrentes adoptados por parte del paciente, más la razón individual y social que el símbolo abarca en la conciencia, en donde ejerce comúnmente un poder sobre el comportamiento.

Existen otros dos clases de análisis, el de la atmósfera del mito y el de la atmósfera del individuo. Para el primero, nos servimos de la hermenéutica y del saber de la epoché, en fenomenología; y para el segundo un diagnóstico atmosférico de encuentro con el paciente, nos lleva como dice Dörr, a separar los "prejuicios" verdaderos de los falsos, es decir, a captar la verdadera emanación atmosférica del paciente.
El análisis bajo esta perspectiva es la ideal, y desde el psicoanálisis fenomenológico un abordaje hermenéutico, netamente, que permita una transferencia y contratransferencia a partir del razonamiento en conjunto sobre la concepción mitológica desde una visión histórica, como desde lo pragmático y materialista. Proponemos a Gadamer como principal influencia ya que abrió la posibilidad de incorporar el mundo pre-verbal a la labor hermenéutica, es considerado el padre de la hermenéutica filosófica contemporánea, sus pretensiones se han llevado al ámbito del psicoanálisis, específicamente para la denominada terapia psicoanalítica hermenéutica. Ricoeur tuvo una importante influencia en la deconstrucción del concepto de hermenéutica, extendiéndolo también al psicoanálisis. En una terapia de estas características se acepta al paciente sin restricciones, sin los prejuicios que usualmente menoscaban la terapéutica, permitiendo un abordaje completo a las necesidades y comprensiones del paciente, sin patologizar en una primera instancia, sino dejarse llevar a través del flujo que la conversación permita.
Esto, sin dejar de lado la enseñanza o moraleja mitológica que es principalmente lo que motiva al espíritu del que persigue el trance o el ideal mitológico, sin dejar de lado esta variable y/o arista de abordaje. Lo que realizamos es una arqueología de la mente, encontrando en sus diversos fragmentos los orígenes de un saber implícito, revelador de la historicidad del paciente, como también de la historicidad social y cultural.


CONCLUSIONES

Con la visión expuesta fundamentamos la episteme y téchne de nuestra teoría. Más adelante abordaremos que ciertas mitologías llevan a ciertos comportamientos. Hay mitologías con una mayor pulsión de muerte, otras con una mayor pulsión de vida, unas que nos conectan con el placer, otras con la guerra, revelación o autodeificación. No ha resultado ajeno a la historia el que gurús se hayan autodeificado, suceso que incluso actualmente ocurre aún en países como India, y es perfectamente común dentro de las prácticas societales de tales nacionales. Por tanto, queda a la observación futura el como poder apreciar el carácter de la narración de un mito repercute en el espíritu del que se deja llevar por un determinado mito, revelando características susceptibles de análisis de parte de su personalidad, así como la de su entorno directo (familiar, social, cultural).
Recordamos al lector que llevar al extremo del polo la realización del mito desde lo fisiológico-corporal es psicopatológico y que debe tratarse dentro del margen de las terapias de la salud mental.
Nos servimos de la hermenéutica, fenomenología, psicoanálisis, historia, antropología, psicología y psiquiatría para poder analizar la implicancia en la conciencia del estudio de este trastorno, estas son disciplinas que pueden trabajar juntas en develar los enigmas de la mente de los individuos.
Estas disciplinas son útiles al psicólogo para poder comprender este fenómeno por la raíz etimológica que posee.
Por ello, cuando hablamos de trastorno de delirio mitológico, hablamos de tres características:
1) Trastorno, ¿qué es un trastorno?, es tomar un camino diferente de la ética que corresponde a la normalidad social y comúnmente aceptada como regla que prima en el comportamiento humano;
2) el que sea delirio, quiere decir que es una imaginación que se vuelve con un cierto poder sobre la persona, en donde aquella se deja llevar por el poder que irradia de este conocimiento o verdad última;
3) y es mitológico porque se deja llevar por las leyendas populares, por el folklore de un pueblo o zona geográfica en particular, y también hay factores personales y sociales a que inducen que esto se pueda desarrollar. Por ejemplo, mucha concentración en historias del pasado, literatura o música que pueda desarrollar imaginaciones bajo una concepción de observar al mundo que logra intimidar, o realmente una conexión poderosa, y que en particular es patológica ya que se distancia de lo comúnmente aceptado, además porque dicha relación puede generar más problemas que rompan con los parámetros de la ética reinante, que alejan a la persona de ser parte de la misma y de respetarla como norma.
Insistimos en que esto debe ser más desarrollado, pero aquí presentamos una tesis inicial, a modo de introducción a un campo de estudio fenomenológico que puede ser interesante y útil para los terapeutas que sientan inclinaciones por las dinámicas y temáticas de las que hemos hecho mención.



FELIPE I. DE LUCAS ARELLANO.