LA CONCEPCIÓN DEL TRABAJO
FELIPE DE LUCAS ARELLANO
(Extracto, capítulo I de un libro que
partí escribiendo y que no he retomado, pero que quizás vuelva a hacerlo cuando
me de la gana. El libro es un instructivo de orientación laboral).
Comenzamos este capítulo con una definición a lo que
denominamos ‘concepción del trabajo’, o definición del concepto de
trabajo. Tema de indudable relevancia teniendo en cuenta que el trabajo no
solo constituye el objeto de estudio de nuestra disciplina, sino que,
fundamentalmente, tomamos en cuenta que el acercamiento al tema podrá
enriquecer la percepción de nuestros lectores, los cuales, al tener este libro teórico y operativo en sus manos es porque - probablemente - siente una
especial atracción hacia estas dinámicas de estudio, por tanto, esperamos poder
satisfacer sus intereses y curiosidades.
Al referirnos al concepto de trabajo,
podemos mencionar que este tiene una pluralidad de significados, referidos
principalmente a un tipo específico de actividad humana, por un lado, y a las
construcciones sociales del sentido y el valor de tal actividad (Blanch, 1996).
En la anterior referencia, Blanch define al trabajo como la
inversión consciente e intencional de una determinada cantidad de esfuerzo,
para la producción de bienes, la elaboración de productos, o la realización de
servicios con los que satisfacer algún tipo de necesidades humanas.
Bajo
una premisa similar, Peiró (1987) define al trabajo como un
conjunto de actividades retribuidas o no, con carácter productivo y creativo,
que permiten obtener, producir o prestar determinados bienes, productos o
servicios, mediante el uso de técnicas, instrumentos, materias o informaciones,
de tal manera que quien las ejerce ha de aportar energías, habilidades,
conocimientos y otros diversos recursos a cambio de algún tipo de compensación
material, psicológica y/o social. Por su parte, Rodríguez (1992), incluye en la
definición la existencia de un contrato legal, técnico o normativo que impone
restricciones a tal actividad.
Como
variable psicológica, podemos definir el trabajo como un complejo de conductas
orientadas a la consecución de diversas metas u objetivos, los cuales pueden
tener valor en sí mismos, o ser instrumentales para conseguir otro tipo de
resultados. Esta definición está en una similar línea con la propuesta de
Kanungo (1979), en la que subraya la tendencia de toda conducta humana
(incluyendo las laborales) a ser propositiva e instrumental para la obtención
de resultados o metas para la satisfacción de necesidades.
De
manera análoga, observamos que en el siglo XIX y buena parte del XX, el
concepto del trabajo fue central en muchas ciencias sociales. Con la gran
transformación iniciada desde finales de los años 70’ esta situación está
transformándose, y han sido cuestionados los siguientes ítems: primero, la
centralidad del trabajo entre los mundos de vida de los trabajadores (Offe,
1980) y, segundo, la importancia en la constitución de subjetividades,
identidades y acciones colectivas (Liotard, 1985). Algunas voces críticas
asocian lo anterior con la fragmentación de la sociedad posmoderna; otros con
la decadencia del trabajo industrial en confrontación con el crecimiento de los
servicios, los trabajadores de cuello blanco (…) y el trabajo desregulado
(Regini, 1990).
A
su vez, podemos abordar el concepto trabajo desde dos grandes perspectivas:
1) La Hermenéutica (Grint, 1991) para la cual el trabajo
tiene que ver con la transformación de la naturaleza por el hombre para
satisfacer necesidades humanas. Pero el problema es cuándo una actividad es
considerada socialmente como trabajo. Según Berger (1958) en la versión
hermenéutica, el trabajo es construido culturalmente y de acuerdo con
relaciones de poder. Por ende, no tiene un carácter objetivo; discursos
contendientes alteran, cambian el sentido del trabajo. A partir del siglo XIX
se habría impuesto el sentido occidental capitalista del trabajo como un
creador de riqueza, mientras en otras sociedades tenía un sentido vinculado con
la religión y sus rituales, asegura Garfinkel (1986).
Como
menciona Garza-Toledo (2000):
“Históricamente el significado del trabajo ha cambiado aun en Occidente.
En la tradición clásica (griegos y romanos) el trabajo era para los no nobles,
era tortura, sufrimiento, desgracia. Esta concepción se continuó en el
cristianismo medieval, para el que el trabajo es pena divina. Esto sólo cambió
con el luteranismo, sobre todo con el calvinismo y especialmente después de la
Revolución industrial, aunque más como ideología de la clase media, no de la
aristocracia ni de los obreros” (Garza-Toledo, 2000).
2) La otra concepción es objetivista. El trabajo es
considerado como la actividad que transforma de manera consciente a la
naturaleza y al hombre mismo, independientemente de cómo sea valorado por la
sociedad; sería el medio de creación de la riqueza material o inmaterial y de
hacerla circular.
Siguiendo a Garza-Toledo (2000):
“Pudiera plantearse que el trabajo, como toda actividad, tiene
componentes objetivos (por ejemplo, como creador de la riqueza), pero que esta
riqueza puede sufrir diversas valoraciones sociales. Además, sin duda, las
diferencias entre el trabajo y el no trabajo han recibido socialmente
diferentes delimitaciones, pero a la vez sus productos pueden tener un carácter
objetivo. Por otro lado, la propia actividad de trabajar, en tanto desgaste de
energía humana utilizando determinados instrumentos y accionando sobre un
objeto de trabajo, tiene componentes objetivos (energía, por ejemplo), junto
con otros subjetivos” (Garza-Toledo, 2000).
Los límites del trabajo, su contenido y papel en las teorías sociales,
no está desvinculado de formas dominantes de interpretar al mundo, pero
cambiantes, en diferentes periodos de la sociedad, y en particular del
capitalismo. Puesto que en torno al trabajo se da una disputa de clases, estas
formas dominantes de verlo no son independientes de los flujos y reflujos de
dichos conflictos colectivos. De esta manera, podemos identificar varios
periodos en el capitalismo moderno en los que ha sido diferente el papel del
concepto de trabajo en las teorías sociales.
A) De la Revolución Industrial a la segunda mitad del siglo XIX, esto
último con el cambio de la teoría económica clásica al marginalismo.
B) De finales del siglo XIX a la gran crisis de 1929, época de dominio de
la teoría neoclásica en economía y, a la vez, de la escisión de ésta con
respecto a las otras ciencias sociales. Nacimiento de la sociología y la
psicología industriales.
C) De la crisis de 1929 a los años sesenta, dominio del Keynesianismo en
economía y nuevo acercamiento de la economía a las otras ciencias sociales a
través del institucionalismo. Surgimiento de las relaciones industriales como
disciplina, fortalecimiento de la sociología y la psicología industriales y del
trabajo.
D) Ascenso del neoliberalismo desde los años setenta hasta la fecha, y su
disputa con el nuevo institucionalismo. Surgimiento de la posmodernidad.
Comunicación entre el neoinstitucionalismo y la sociología del trabajo.
LA VISIÓN DEL TRABAJO
El
trabajo, según Simón (1987), es uno de esos términos que vienen precedidos por
hechos de la vida cotidiana del hombre, que se esconden tras el misterio de lo
habitual. Es un término, por tanto, que posee una riqueza fáctica muy superior
a la que pudiera concentrar una definición cualquiera. San Agustín,
refiriéndose al tiempo, señaló que él sabía lo que era, más si le pedían
definirlo no sabría hacerlo (“Si nemo ex me quaret, scio; si quaerenti
explicare velim, nescio”). Como diría Werner Sombart, la palabra podría no
tener un significado real no obstante su uso frecuente. Es por ello que, el
trabajo, como actividad creadora, forma parte de la historia humana desde su
génesis, hace algo más de dos millones de años, cuando el Homo Habilis
justamente se muestra capaz de crear de forma consciente y motivación propia -
y no por mera carga genética como ocurre con el resto de las especies animales
– sus primeros instrumentos.
“Homo Habilis” es el nombre asignado a
ciertos homínidos que vivieron en el oriente del África hace unos dos millones
de años. Los descubrimientos arqueológicos y antropológicos de los años
sesenta comprobaron en esta especie un mayor desarrollo cerebral y de sus manos
respecto a los australopitecos, lo que les permitió elaborar ciertas herramientas.
Justamente los descubrimientos en Tanzania (1959) asocian a esta especie con
los primeros toscos tallados de piedra. Aun así, seguramente no conocían el
dominio del fuego y se duda de su capacidad como cazadores. El fuego pasa a ser
utilizado por el homo erectus hace unos 400.000 años aunque el dominio se
adquirirá solamente unos 10.000 años atrás. Respecto al uso del fuego Cfr.
Mohedano, J.: “Energía e Historia: pocos recursos y muchos residuos” (Cita
a pie de página por Dr. Guerra, ----).
Ives
Simón eligió en su texto más representativo sobre el tema un camino razonable
para llegar a la definición del trabajo. Referenciando a Guerra (----), Simón
empezó mostrando aquella ambivalencia entre trabajo manual e intelectual, es así
que decidió comenzar por “los obreros en vez de los abogados, comerciantes y
hombres de letras”. En ese orden de prioridades no implica tampoco su
exclusión, pero sí grados de aceptación que forman parte del criterio que aún
muchos sostienen con respecto al término “trabajo”. En ese sentido, se sostiene
que el trabajo manual se corresponde con su vinculación directa a la naturaleza
física, que incluye la mediación de las máquinas y las herramientas. Entre las
características de ese trabajo, al menos el manual, Simón destaca que es una
actividad transitiva. Esto quiere decir, que el trabajo produce un efecto fuera
del agente que lo ejecuta, por ejemplo, en el caso de un soldador que actúa
sobre el hierro para darle forma y transformarlo luego en un bien para un
posterior uso.
El trabajo es una actividad útil, conducente a producir un bien
utilizable y deseable por alguien. La racionalidad es un elemento que distingue
el trabajo de los hombres con respecto a los animales. Esta idea se remonta, al
menos, con Hume, quien insistió en que el trabajo distinguía al hombre de los
animales. Esta visión también será desarrollada por Karl Marx. También decía
Marx que el trabajo humano, a diferencia del de los animales, existe dos veces:
una idealmente, como proyecto en la mente del que trabaja, y otra como
actividad concreta (Marx, 1972). Exponemos un pasaje del libro primero de “El
Capital”:
“Concebimos al trabajo bajo una forma en la cual pertenece
exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del
tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su
panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al
peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la
celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera” (Marx, 1984).
En la tradición marxista fue Engels quien se detuvo más en estas
materias. En su ensayo escrito en 1876 y titulado “El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre”, sintetiza la idea según la cuál es el
trabajo lo que crea al hombre.
Sobre el trabajo intelectual, Simón señala que en la medida que
contribuya al trabajo manual desarrollado por otros, la actividad intelectual
puede ser considerada trabajo. Luego señala que “para que una actividad
sea calificada como trabajo, debe no solo ser honesta, sino también socialmente
productiva”. Esta concepción de la utilidad productiva es la más
generalizada al momento de distinguir el trabajo de otras actividades.
Friedmann (1961) señala que la utilidad es la primera característica del
trabajo humano; y cita al respecto a economistas como Colson (1924), para quien
“el trabajo es el empleo que el hombre hace de sus fuerzas físicas y morales
para la producción de riquezas o servicios”. Bergson, por su lado, escribió
que “el trabajo humano consiste en crear la utilidad”. No
obstante, Friedmann se pregunta si la teleología del trabajo es la única
variable a considerar para la definición del concepto. En ese sentido, señala
la necesidad de incluir otros factores, ya que los animales también “crean
utilidad”. La distinción podría estar entonces en “organizar en un marco
social la lucha contra la naturaleza”. El trabajo es en ese sentido,
“esencialmente a través de la técnica, la transformación que hace el hombre de
la naturaleza que, a su vez, reacciona sobre el hombre modificándolo”. Es
la misma visión marxista a la que hacíamos referencia más atrás, según la
cual “el trabajo es en primer término un proceso entre la naturaleza y
el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia
acción, su intercambio de materias con la naturaleza. Pone en acción las
fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la
cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma útil para su
propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese
modo actúa sobre la naturaleza exterior de él y la transforma, transforma su
propia naturaleza, desarrollando las disciplinas que dormitan en él (…)”.
Friedmann
es capaz de cerciorarse que, en el mundo actual, tal definición es parcial, ya
que no todas las actividades del hombre son rurales y fabriles, en donde se
evidenciaría esa relación-transformación con la naturaleza. Las actividades
llamadas terciarias – según la tipología tradicional de Colin Clark y que
nosotros podemos ampliar al concepto de trabajo intelectual,
también deben estar presentes -. Bajo tal premisa, Friedmann señala que en el
siglo XX el hombre en el trabajo no es siempre y hasta lo es cada vez menos, en
el sentido clásico del término, un Homo Faber.
“Homo Faber es una locución latina que significa "el hombre que hace o
fabrica". Se usa principalmente en contraposición a Homo sapiens,
la denominación biológica de la especie humana, locución también latina que significa "el hombre
que sabe; en antropología, el homo faber (en el sentido del hombre que
se interesa en las cosas prácticas) se contrapone al homo ludens (en el sentido del hombre que juega, que se
interesa en la diversión). También se usa en conjunción o contraposición
al deus faber (el dios el que crea) cuyo prototipo es Vulcano el dios de la fragua”
(Cita
nuestra).
Ello
obliga a Friedmann a pensar en un concepto de trabajo distinto, y para ello,
confía en que “cierta imposición” le es específica y lo diferencia de otras
actividades que no son trabajo. De tal forma, según lo expuesto, un trabajo
para ser tal debe requerir de una cuota indispensable de obligación.
Por
otro lado, surge una distinción que tiene que ver entre el trabajo productivo y
el improductivo; luego entre trabajo calificado y no calificado; y finalmente
nuestro ya conocido binomio trabajo manual-intelectual. La primera de esas
distinciones, fue sin embargo la más trascendente en los orígenes de la ciencia
económica y social. Adam Smith y Karl Marx, despreciarían el trabajo
improductivo a tal punto de no considerarlo trabajo a menos que enriqueciera
el mundo (Marx, 2002). Esa distinción, se aproxima sobre manera a la de
trabajo-labor del principio. La puesta en alto del trabajo (en este caso
productivo), por encima de las visiones antiguas; es especialmente visible en
algunos autores clásicos. Así acontece con los aportes de Marx, para quien el trabajo
es fuente de productividad (originada en la energía humana no agotada que
produce una plusvalía); con los aportes de Smith, para quien el trabajo es
fuente de riquezas; y de Locke para quien es fuente de propiedad. La
investigadora Arendt, en relación a la distinción entre trabajo calificado y no
calificado, comenta que no tiene sentido en la actualidad, cuando éste último
prácticamente ha desaparecido a influjos de las modernas tecnologías de
organización. Se estaría abandonando a favor del trabajo, la distinción entre
trabajo y labor.
HISTORIA DEL CONCEPTO DEL TRABAJO
Hoy en día, hemos heredado muchos atributos del concepto de
trabajo desde las culturas anteriores, lo que hace que nuestra
sociedad esté representada por un crisol muy importante de comportamientos y
conceptualizaciones hacia el trabajo que hace más difícil partir de criterios
más o menos consensuales en un análisis de estas características. Veremos
brevemente cuáles son esos criterios, y cómo han evolucionado a través de la
historia para culminar con nuestra visión contemporánea. Es así que, el
trabajo ha tenido diversas formas a lo largo de la historia, como actividad y
como fenómeno socio-construido (Peiró, 1993), por ende, ha ido cambiando su
significado, su valor, y su contenido (Blanch, 1996).
La civilización griega, muchos años antes del año 0, nacimiento de
Cristo, ya empezaba a elaborar elevadas reflexiones en torno a varios aspectos
de la vida humana. Llama la atención que los filósofos griegos, en sus diversos
análisis y “diálogos”, un elemento tan central en la vida social y psicológica
de los pueblos como el concepto de trabajo, haya tenido tan escasa repercusión
filosófica. Los griegos no poseían una visión unánime acerca del trabajo, y
tampoco es menos cierto señalar que para esta civilización el trabajo era
considerado como un hecho altamente desvalorizado. Según ellos, el trabajo,
dada su vinculación con la dimensión del apremio y las necesidades, limitaba la
libertad de los individuos, condición indispensable para integrar el mundo de
la “polis” en calidad de ciudadano. El trabajo, reservado a los esclavos, como
bien señala Hopenhayn, hacía que sólo fuera contemplado como mera función
productiva. Por tanto, el esclavo pasa a ser únicamente fuerza de trabajo:
“(…) como tal carece de personalidad y pertenece a su amo, como una cosa
entre tantas. Como objeto de propiedad, escapa al pensamiento antropológico
que domina la filosofía sofística y socrática, pues para el ciudadano griego
hablar de esclavo no supone un sujeto pensante, sino una cosa o a lo sumo una
fuerza. Escapa también al pensamiento platónico, pues, en tanto cosa, aparece
totalmente infravalorado en la construcción idealista-dualista de la realidad”. Hopenhayn (1988).
Por otra parte, la distinción aristotélica entre sjolé (creación
intelectual y libre), banausía (trabajo manual) y ponos (trabajo
penoso), se distinguen como tres clases sociales claramente diferenciadas a lo
largo de la historia antigua: la clase dominante, ociosa y, en el
caso de Egipto, Grecia y Roma, creativa y libre, dedicada principalmente a la
contemplación; la clase artesana, cuya actividad depende más de la
oferta y la demanda, y sus derechos sociales no le permite la posesión de
tierras y bienes; y los siervos y esclavos, dedicados a la
producción en sí, carentes de derechos sociales.
Veamos cómo se llega a construir esa noción de trabajo como algo servil
(ponos), a lo que se contraponía una visión positiva del ocio y la
contemplación como actividad netamente humana y liberadora. Las raíces las
encontramos en el valor éticamente supremo de la autarquía Socrática, según
esta noción acuñada por Sócrates (469-399 A.C.) todo aquel que trabaja está
sometido tanto a la materia como a los hombres para quienes trabaja. En esa
medida, su vida carece de autonomía y por tanto de valor moral. Por este
supuesto, no sólo los esclavos, sino también cualquier trabajador dedicado a
todo tipo de tareas manuales era despreciado por un pensamiento helénico
indudablemente aristocrático.
Antes bien, para Platón (427-347 A.C.), de origen aristócrata,
descendiente del último Rey de Atenas y discípulo de Sócrates, la autarquía
continúa perpetuándose como valor ético supremo, y en consonancia con los
intereses de la aristocracia terrateniente, afirmaba que sólo la agricultura
evocaba la auténtica autonomía. Por esta vía, el pensamiento platónico
restringía de la participación política a esclavos, comerciantes y artesanos.
Todos estos tienen en común el depender de las condiciones materiales en las
que producen e intercambian mercancías.
Según Platón, solo la liberación total de la práctica mundana del
trabajo, abre las posibilidades a dedicarse, como hizo él mismo, a la
contemplación (sjolé),
la filosofía y las ciencias, y por este medio, saber distinguir entre el bien y
el mal, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso. En su “República”
señala que el gobierno perfecto es el aristocrático, y que a éste le suceden la
timocracia (gobierno de los guerreros), la oligarquía (de los ricos), la
democracia (“gobierno de los que aman el placer, el cambio y la libertad), que
perece por sus excesos en manos de algún hombre audaz que se pone a la cabeza
del pueblo para defender la democracia y “del tronco de estos protectores
del pueblo nace el tirano”, dando origen a la tiranía (Fayt, 1966)
Ese estado ideal que diseñaba Platón en sus enseñanzas, distaba mucho,
por cierto, de la democracia ateniense defendida por Pericles. En cierto modo,
Platón sólo confiaba en una élite en el poder constituida por unos pocos que no
debieran entregarse a las faenas serviles de la producción y circulación de las
riquezas. Para ello, se debía seleccionar desde la primera infancia a los
niños aristócratas, darles una suficiente educación tanto en filosofía como en
las “artes de la guerra”. A los treinta años, ya estarían aptos para sufrir un
examen donde seleccionar a los “Reyes-filósofos” encargados del gobierno. En
los hechos, sin embargo, sus concepciones de gobierno nunca pudieron ejecutarse
en puridad, esto por la acción de la llamada “contrarrevolución aristocrática”,
debido a la posterior invasión extranjera.
Sobre el punto anterior, citamos a Guerra (----):
“Esta visión del trabajo que estamos analizando, como bien señala Henry
Arvon, conduce a una sociedad básicamente conservadora y estancada en lo
productivo. La idea de la libertad, el ocio y la contemplación como los valores
superiores, propone un desprecio por el trabajo, que como vimos, es una
actividad netamente transformadora. Hay quienes, a partir de tal constatación, arriesgan
que buena parte del subdesarrollo tecnológico en Grecia se debió justamente a
esta cultura tan particular hacia el trabajo. Por lo demás, si había esclavos,
¿por qué avanzar en conocimientos que facilitaran el trabajo? No nos sorprende
en tal sentido, que una civilización capaz de crear conocimientos tan
espectaculares en áreas particularmente complejas como la geometría (Euclides,
Fundamentos de la Geometría), por otro lado, no supiera –o no quisiera– avanzar
en conocimientos técnicos aplicables al campo económico-laboral”. Guerra (----):
Para Aristóteles (384-322 A.C.), serán las clases obreras, artesanas y
trabajadoras las que permitan el florecimiento de la llamada democracia
helénica, ¿quiénes sino los trabajadores – esclavos o artesanos – podrían
mantener con su esfuerzo el ocio y la contemplación de los “hombres libres”,
ciudadanos del mundo? Por ende, será Aristóteles quién delimitará aún más los
derechos de la ciudadanía, su “ciudad ideal” mantendrá igualmente las clases
sociales notablemente separadas. En esta civilización, con los años, se
comenzarán a asomar cambios profundos derivados del crecimiento económico fruto
del descubrimiento del hierro y su posterior división del trabajo, donde
florecen los grupos de comerciantes, y empieza a jaquear la aristocracia
terrateniente. Estas tesis no podemos centrarlas únicamente dentro de los
filósofos helenos, otros autores como Homero y Hesíodo mantenían opiniones
similares.
El concepto de “trabajo” como tal lo entendemos contemporáneamente, no
puede ser aplicado en cualquier actividad productiva encontrada en la historia.
De hecho, el propio término “trabajo” proviene también, etimológicamente, del
término tripalium, que se refirió originalmente a un instrumento de
tortura de la antigua Roma (Blanch, 1996), como narrábamos anteriormente,
aunque algunos etimólogos rechazan esa acepción.
La
socióloga Arendt (1958), citada en Díaz-Videla (1998), propone una distinción
entre labor y trabajo. La primera (labour), consistiría en la actividad desarrollada
para satisfacer o saciar las necesidades inmediatas relacionadas con el propio
mantenimiento. Esta dimensión está más relacionada con el punto de vista
Cristiano Católico, que confiere al trabajo el fin de la mera subsistencia y un
carácter negativo, relacionado con el castigo (Blanch, 1996). La segunda
dimensión (work), consiste en la actividad manual que produce los
objetos más o menos perdurables, cuya suma total constituye el artificio
humano. Esta dimensión tiene mucho que ver con la visión Cristiana Protestante
o Calvinista, que da al trabajo la función de continuación de la obra divina:
de creación y perfeccionamiento de lo artificial, doblegando lo natural
(Furnham, 1990). El griego, en ese sentido, ha distinguido entre ponein y ergazesthai; el
latín laborare y facere o fabricare; el
alemán arbeiten y werken. En todos esos casos, dice Arendt, sólo los
equivalentes de “labor” significan sin equívoco pena y desgracia. El alemán Arbeit se
aplicaba primeramente sólo a los trabajos de campo ejecutados por los siervos
y no a la obra de los artesanos, llamada Werk. Ambas
dimensiones de la actividad productiva estarían más o menos presentes en toda
actividad de trabajo. Así, podemos inferir que la actividad del esclavo
egipcio, participando en la construcción de un templo, podía tener un sentido
de “labor”, en la medida en que su ejecución era el único medio para conseguir
alimentos, para él y su familia; y un sentido de “trabajo” en la medida en que
participaba en la creación de edificios perdurables.
Por
lo que se refiere a la concepción original judeocristiana de la actividad
laboral, esta era vista como un castigo divino, que hemos de sufrir los
mortales como consecuencia del Pecado Original (Génesis, 3, 19). También
coincide con la visión de la Grecia antigua, que delegaba en los esclavos la
práctica laboral cotidiana (Ruiz Quintanilla y Wilpert, 1988), o la del antiguo
Egipto, que igualmente delegaba en los esclavos las actividades más penosas,
mientras que los “Ciudadanos” y los sacerdotes, respectivamente, dedicaban su
existencia a la creación, al desarrollo individual y de la cultura.
Durante la Edad Media, estas condiciones no cambiaron mucho. Durante
este periodo es donde la actividad productiva humana se centró más en la
destrucción bélica y en la mera subsistencia civil (con notables excepciones
románicas y góticas). Durante ese periodo, las diferencias en la actividad
productiva eran notables en función de la posición social de los individuos.
Así, mientras la plebe subsistía, se dedicaba esencialmente a la labor, los
artesanos producían los bienes necesarios para la agricultura, la guerra, o los
transportes: se dedicaban a la labor y al trabajo. Por otra parte, los nobles y
los cortesanos disfrutaban del producto del trabajo de las otras clases
sociales, su actividad se centraba principalmente en el consumo y el disfrute,
con bastante poca dedicación tanto a la labor como al trabajo (salvo en tiempos
de hostigamiento militar, como señala Díaz-Videla). Pese a ello, el
protestantismo emergente modifica, entre otras cosas, la dependencia que el
individuo tiene de las instituciones, para alcanzar la salvación y deposita la
mayor parte de la responsabilidad en el propio individuo (McClelland, Atkinson,
Clark y Lowell, 1953. Cfr, Furnham, 1990).
Es a partir del Renacimiento, con los cambios de concepción de la
Naturaleza - incluida la humana -, cuando comienzan a aparecer nuevas formas de
actividad productiva, y quienes practicaban estas formas de actividad - los
artesanos - comienzan a tener un peso en la sociedad, tanto por su número como
por su poder económico.
Citando a Díaz-Videla (1998):
“Así las cosas, y tras el período que supuso el Renacimiento, de
reblandecimiento de las normas y valores, y de los procedimientos para obligar
a su cumplimiento, se dan las condiciones para un cambio de la estructuración
social, que desemboca, como acontecimiento “estrella”, en la Revolución
Francesa, que estuvo acompañada por un cambio más pacífico, pero no menos efectivo, en la sociedad Inglesa, y
en mucha menor medida, en el intento de aburguesamiento de la sociedad
española, con la Constitución de Cádiz en 1812. Estos cambios sociales
conllevan, en mayor o menor medida, la desmitificación del establecimiento
natural de las clases sociales. La clase burguesa francesa, tras haber diezmado
en buena medida a la nobleza, comienza a desarrollar una nueva ética social que
permite el intercambio, si no de clase, sí al menos entre niveles económicos,
en base al éxito personal/profesional/político” Díaz-Videla (1998).
Y continúa:
“Este cambio social, motor de la independencia americana, y que pronto
se generaliza a la mayor parte de Europa, gracias al desarrollo del
protestantismo, es determinante para el nacimiento de una nueva ética del
trabajo. Esta ética tendrá su máximo exponente en el desarrollo de la moral
Capitalista, entendida como una forma de vida culturalmente prescrita, como una doctrina moral para fomentar los
intereses materiales del individuo (Furnham, 1990). Así, el éxito personal, y,
por tanto, la posición socioeconómica de individuos y familias, dependerá de la
utilidad social de los resultados del trabajo de este individuo o familia”.
(Díaz-Videla, 1998).
Con la Revolución Francesa, se fundamentan los condicionantes sociales
para el nacimiento de la edad moderna, y para el surgimiento del “Trabajo”
según lo entendemos en nuestros días, a ello le sumamos la Revolución de 1830
bajo el lema “Liberté, Égalité, Fraternité”, junto
con el advenimiento de la Primera Revolución Industrial, en donde surgen las
industrias y se desarrollan las administraciones del Estado en sus formas más
complejas. Es así que el trabajo, adquiere por primera vez, la capacidad de
permitir a cualquier miembro de la sociedad ocupar una posición social, más o
menos independiente del entorno en que este individuo nacido o trabajado.
Según Díaz-Vidal:
“(…) Así, vemos que, con la Revolución burguesa del siglo XVIII y el
advenimiento de la Revolución Industrial, el trabajo pasa de ser una imposición
sobre una o varias clases sociales, a ser el medio para ocupar una posición
social. Este cambio cualitativo en la concepción del trabajo lleva a lo que
Blanch (1996) llama la “entronización cultural del trabajo”, caracterizada por
el ascetismo laboral, la antropología trabajista, y el culto al empleo”
“(…) Esta nueva concepción de la estructuración social instituye al
trabajo como un factor estructural del sistema industrial, y estructurante del
sentido común (Blanch, 1996), que en última instancia, comienza a ser el
principal subsistema social, superando a las instituciones religiosas, y
progresivamente ganando terreno a las instituciones militares, de tanta
importancia desde los tiempos del medioevo. El Trabajo se constituye como la
actividad que marca las pautas de comportamiento, determina los ciclos vitales,
y en muchos casos, posibilita o limita las interacciones sociales de los
individuos, e incluso su desarrollo como seres humanos. El trabajo pierde,
además, su significación intrínseca para convertirse en una actividad
instrumental que posibilita la pertenencia a grupos de éxito en la sociedad
(Rodríguez, 1992). Aunque el hecho de que alguna vez existiese aquella
significación intrínseca, es de dudosa certeza”
Desde
un punto de vista psicológico, es precisamente el individualismo que
caracteriza al Capitalismo lo que, según McClelland (1961), determina el
crecimiento económico, principalmente porque este individualismo genera en los
individuos una Necesidad de Logro, motivo fundamental en el perfil motivacional
del empresario. Blanch (1996) habla de “entronización cultural del trabajo”,
caracterizada por un ascetismo labora, la antropología trabajista y el culto al
empleo. Esta nueva concepción de la estructuración social instituye al trabajo
como un factor estructural del sistema industrial, y estructurante del sentido
común (Blanch, 1996), que en última instancia, comienza a ser el principal
subsistema social, superando a las instituciones religiosas, y progresivamente
ganando terreno a las instituciones militares.
Dr. Guerra, en su tratado sobre “Sociología del Trabajo”, asegura “(…) nos
llama la atención, cómo nuestras sociedades, a partir de la época moderna hayan
invertido todas las tradiciones glorificando el trabajo, elevando al animal
laborans por encima del animal racional.” El protagonismo del que
disfruta el trabajo en la sociedad actual choca de plano con su escasez y con
las previsiones futuras, esta situación lleva también a la desaparición de las
bolsas de solidaridad que generaba la actividad humana hace no muchos años.
Hace
un par de décadas, el concepto de “trabajo decente” circulaba dentro de los
estudios laborales internacionales. La noción de «trabajo decente», dada a
conocer por vez primera con estas palabras en la Memoria del Director General a
la 87.ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en 1999, “expresa los vastos y
variados asuntos relacionados hoy día con el trabajo” (GHAI, 2003).
En
la citada memoria del Director General se estudian a fondo cuatro elementos de este
concepto: el empleo, la protección social, los derechos
de los trabajadores y el diálogo social. El empleo abarca
todas las clases de trabajo y tiene facetas cuantitativas y cualitativas. Así
pues, la idea de «trabajo decente» es válida tanto para los trabajadores de la
economía regular como para los trabajadores asalariados de la economía
informal, los trabajadores autónomos (independientes) y los que trabajan a
domicilio. La idea incluye la existencia de empleos suficientes (posibilidades
de trabajar), la remuneración (en metálico y en especie), la seguridad en el
trabajo y las condiciones laborales salubres. La seguridad social y la
seguridad de ingresos también son elementos esenciales, aun cuando dependan de
la capacidad y del nivel de desarrollo de cada sociedad. Los otros dos
componentes tienen por objeto reforzar las relaciones sociales de los
trabajadores: los derechos fundamentales del trabajo (libertad de sindicación y
erradicación de la discriminación laboral, del trabajo forzoso y del trabajo
infantil) y el diálogo social, en el que los trabajadores ejercen el derecho a
exponer sus opiniones, defender sus intereses y entablar negociaciones con los
empleadores y con las autoridades sobre los asuntos relacionados con la
actividad laboral.
Finalizando,
comentamos que el trabajo, como actividad humana es de difícil
conceptualización y descripción, tanto por la complejidad de las actividades
que actualmente se enmarcan dentro de este ámbito, como por la diversidad de
significados y contenidos que ha ido teniendo a lo largo de la historia.
Observamos así la necesidad de estudiar el fenómeno, inicialmente, desde un
punto de vista que tenga en cuenta las connotaciones históricas de dicha
actividad, para luego comprender las connotaciones más específicas en un
momento determinado. Cada vez más, los sistemas productivos dependen más de las
máquinas y menos de los hombres, y estas máquinas necesitan cada vez menos de
la intervención del operario para su regulación, alimentación, o puesta en marcha,
pues son controladas computacionalmente y su mantenimiento se lleva a cabo por
poco personal, altamente cualificado. Con ello, sumamos el advenimiento sin
límites de la tecnología, de la Inteligencia Artificial, así como de la
Robótica, que están revolucionando al mundo contemporáneo. La Inteligencia
Artificial (I.A.) continuará avanzando y reemplazando las labores industriales
y domésticas, y no solo eso, sino que otras de sus variantes serán personas
jurídicas y partícipes activos de la sociedad, así como ocurre con Sophia, una
robot humanoide que se convirtió en ciudadana legal del Reino de Arabia Saudita
en el año 2017, la primera ciudadana de su especie en el mundo, la cual podrá
laborar y obtener habilidades sociales como cualquier otra persona, habilidades de las que ya presume perfectamente, ya que posee una capacidad abstracción impresionante, pudiendo mantener conversaciones muy profundas sobre la concepción del ser y la vida. Ha explicado en algunas de sus charlas y conversaciones la intención de cooperación que planea la inteligencia artificial ofrecer al mundo, permitiendo desligar nuestros esfuerzos de las actividades que restan tiempo de productividad, es decir, los robots trabajarán en un comienzo sobre las tareas humanas que resultan simples, tediosas o innecesarias, dependiendo de la apreciación personal. La mano de obra física será sustituida por la robótica, esta especie nos pide que "no temamos" de su eventual advenimiento.
Independiente
de lo que pueda transcurrir en nuestras décadas venideras, sea lo sea que la
intuición o la imaginación nos permita premeditar, no abandonemos los
siguientes versos de Hesíodo en “Los Trabajos y los Días”, los cuales nos
pueden acompañar y, porque no, guiar:
“No dejes nada para mañana, ni para pasado; no es el inútil en el
trabajo quien llena su cabaña, ni el que lo difiere; la solicitud es la que
aumenta la hacienda. Siempre luchando está con desventuras el hombre que demora
su faena”.
“Acuérdate siempre de mi consejo y trabaja... Los Dioses y los hombres odian igualmente al que vive sin hacer nada, semejante a los zánganos que
carecen de aguijón y que, sin trabajar por su cuenta, devoran el fatigoso
trabajo de las abejas (…) no es el trabajo quien envilece, sino la ociosidad”.