FUNDAMENTACIÓN TEÓRICO-CLÍNICA
Para el abordaje de los pacientes podemos utilizar “los
medios narrativos en instancias
terapéuticas” por Michael White y David Epston y de “Re-Autoría: Respuestas a las preguntas más frecuentes”, compilado
por Maggie Carey y Shona Russell.
Haciendo una revisión histórica de la creación de la
terapia narrativa, es importante mencionar que las ideas que la fundamentan provienen
de distintas teorías sociales, es por ello que se incluyen algunos aspectos del
pensamiento de Michel Foucault sobre el poder y el conocimiento en su
formulación. Michel Foucault fue un intelectual francés que se describió a sí
mismo como un “historiador de los sistemas de pensamiento” y cuya obra resulta
de gran importancia para el sustento de las teorías de terapias narrativas.
Por allá en los años ochenta y noventa surgía distinta
literatura sobre terapia familiar que abrían debates sobre la comprensión del
concepto del poder. En tales debates surgieron opiniones basadas en que el
“poder” no existe, que es algo que se construye netamente en el lenguaje, bajo
esta primera premisa se afirma que los que experimentan sus efectos han
contribuido a “producirlo”. La posición contraria sostiene que el poder existe
realmente y que es ejercido por algunas personas con el propósito de oprimir a
otras. La polémica parece haber llegado a un punto muerto y ello no ha
contribuido a hacer avanzar la reflexión sobre el poder y su funcionamiento en
aquellos años. No obstante, Foucault, aporta una vía que ilumina este aparente
callejón sin salida.
White y Epston también se inspiraron por los escritos de
Bateson (1972, 1979) de donde proviene el “método interpretativo”. En ciencias
sociales se comprende que este último no se utiliza en sentido psicoanalítico,
sino que se utiliza para estudiar los procesos por los que desciframos el
mundo, dado que no podemos conocer la realidad objetiva, todo conocimiento
requiere de un acto de interpretación. Como menciona White, “al cuestionar que las nociones lineales de
causalidad (derivadas principalmente de la física newtoniana) fuesen adecuadas
para explicar los hechos en los ‘sistemas vivos’, Bateson argumentaba que para
nosotros no es posible conocer la realidad objetiva” (White, Epston, 1993);
es por ello que, refiriéndose a la máxima de Korzybski que afirma que “el mapa
no es el territorio”, Bateson afirma que la comprensión que tenemos de un
hecho, o el significado que le atribuimos, está determinada y restringida por
su contexto receptor; es decir, por la red de premisas y supuestos que
constituyen nuestros mapas del mundo (White, Epston, 1993). Comparando estos
mapas con pautas, argumentó Bateson, que la interpretación de todo
acontecimiento está determinada por la forma en que éste encaja dentro de las
pautas conocidas, y llamó a eso proceso de “codificación de la parte a partir
del todo” (Bateson, 1972). El autor, no sólo sostuvo que la interpretación de
un evento está determinada por su contexto receptor sino también que aquellos
acontecimientos que no pueden “pautarse” no son seleccionados para la
supervivencia, tales acontecimientos no existen como hechos concretos.
White ocupó también los estudios de dimensión temporal
del propio Bateson, afirmando que toda información es necesariamente la
“noticia de una diferencia” y que es la percepción de la diferencia lo que
desencadena todas las nuevas respuestas en los sistemas vivos; Bateson demostró
que situar los eventos en el tiempo es esencial para la percepción de la
diferencia y la detección del cambio. La incorporación futura del concepto de
“narrativa” siempre estuvo ligada a una noción de dimensión temporal. Según
Bruner (citado por White, 1986), la estructura narrativa tiene una ventaja
sobre otros conceptos afines, como la metáfora o el paradigma, porque destaca
el orden y la secuencia (…) y es más adecuada para el estudio del cambio, el
ciclo vital y cualquier otro proceso desarrollo, el relato como modelo tiene un
interesante aspecto dual: es tanto lineal como instantáneo.
Sobre la terapia familiar, el método interpretativo, en vez
de proponer que cierta estructura subyacente o disfunción de la familia
determina el comportamiento y las interacciones de sus miembros, se sostiene
que es el significado que los miembros atribuyen a los hechos lo que determina
el comportamiento. White manifiesta un interés temprano por estudiar la forma
en que los miembros organizan sus vidas alrededor de ciertos significados y
cómo, al hacerlo, contribuyen inadvertidamente a la “supervivencia” y a la
“carrera” del problema. Aquí hace una diferencia con otros teóricos familiares
que consideran que el problema es de algún modo requerido por las personas o
por el “sistema”, en cambio White se interesó por las exigencias del problema
para su supervivencia, y por el efecto que tienen esas exigencias sobre las
vidas y las relaciones de las personas. Propone así que las respuestas de los
miembros de las familias a las exigencias del problema, tomadas en su conjunto,
constituyen inadvertidamente el sistema de apoyo a la vida del problema.
La carrera o el “estilo de vida” del problema se
convierte en la narración del problema. Los problemas en un contexto de
“tendencias” parecen tener una vida propia en la que con el tiempo llegan a
ejercer más influencia, y son los miembros de la familia los que parecen no advertir
la índole progresiva y direccional de la co-evolución alrededor de las
definiciones de problemas, esto funciona tanto a nivel macro (familia) como a
nivel micro (individual). Es por eso que White propone la externalización del problema como un mecanismo para ayudar a
apartarse de descripciones “saturadas por el problema” de sus vidas y
relaciones (White, 1984, 1986, 1987).
En los inicios de las ciencias sociales, los estudiosos
de este campo, en un esfuerzo por justificar su empeño, lograr credibilidad y
reclamar legitimidad, buscaron en las ciencias físicas positivistas mapas sobre
los que basar su interpretación de los acontecimientos en los sistemas
sociales. Cuando el positivismo – la idea de que no es posible tener un
conocimiento directo del mundo – empezó a ser objeto de conocimiento, los
expertos en ciencias sociales se dieron cuenta de que otros científicos
procedían por analogía. Observaron,
además que las analogías de las que
ellos estaban apropiándose ya habían sido adaptadas a partir de otros campos
por las ciencias físicas – que “la
ciencia le debe más a la máquina de vapor que la máquina de vapor a la ciencia”
(Geertz, 1983) – y se sintieron libres para buscar en otra parte las metáforas
de las que habrían de derivar sus teorías. Geertz explica este desplazamiento
como la “reformulación del pensamiento social”. Actualmente se acepta que toda
formulación que postule significado es interpretativa: que estas formulaciones
son el resultado de una indagación determinada por nuestros mapas o analogías o, como dice Goffman (1974),
por “nuestros marcos interpretativos”.
Por lo tanto, las analogías
que empleamos determinan nuestro examen del mundo: las preguntas que formulamos
acerca de los hechos, las realidades que construimos y los efectos “reales”
experimentados por quienes participan en la indagación. Las analogías que
usamos determinan incluso las propias distinciones que extraemos del mundo.
Continuando sobre el basto campo de investigación sobre
las analogías, White sigue la línea de la “analogía
del texto”, que en la organización social son construidos como “textos de
comportamientos”, que generan representaciones de historias o conocimientos
entendidos como opresivos o dominantes, pero no todo se queda allí, ya que
permite un espacio disponible para la elaboración de historias alternativas.
Los expertos en ciencias sociales llegaron a la conclusión
de que no podemos tener un conocimiento directo del mundo, y que todo lo que
las personas saben de la vida lo saben a través de la “experiencia vivida”. Según
White, esta propuesta llevó a la formulación de nuevos interrogantes: ¿Cómo
organizan las personas sus experiencias?, ¿Qué hacen con esta experiencia para
darle un significado y explicar así sus vidas?, ¿cómo se da expresión a la
experiencia vivida? (White, 1993). Los investigadores que adoptaron la analogía del texto respondieron
argumentando que, para entender nuestras vidas y expresarnos a nosotros mismos,
la experiencia debe “relatarse”, y que es precisamente el hecho de relatar lo
que determina el significado que se atribuirá a la experiencia.
En su esfuerzo de dar un sentido a su vida, las personas
se enfrentan con la tarea de organizar su experiencia de los acontecimientos en
secuencias temporales, a fin de obtener un relato coherente de sí mismas y del
mundo que las rodea. Las experiencias específicas de sucesos del pasado y del
presente, y aquellas que se prevé ocurrirán en un futuro, deben estar
conectadas entre sí en una secuencia lineal, para que la narración pueda
desarrollarse. Se puede decir que esta narración es un relato, o una
autonarración (Gergen y Gergen, 1984). El éxito de esta narración de la
experiencia da a las personas un sentido de continuidad y significado en sus
vidas, y se apoyan en ella para ordenar la cotidianeidad e interpretar las
experiencias posteriores. Puesto que todos los relatos tienen un comienzo (o historia),
un medio (o presente) y un fin (o futuro), la interpretación de los eventos
actuales está tan determinada por el pasado como moldeada por el futuro.
La estructuración de una narración requiere la
utilización de un proceso de selección por medio del cual dejamos de lado, de
entre el conjunto de los hechos de nuestra experiencia, aquellos que no encajan
en los relatos dominantes de nosotros y los demás desarrollamos acerca de
nosotros mismos. Es así que, a lo largo del tiempo y por necesidad, gran parte
de nuestro conjunto de experiencias vividas quedan sin relatar y nunca es
“contado” o expresado. En palabras de White, “permanece amorfo, sin
organización y sin forma” (White,
1993). Si aceptamos que las personas organizan su experiencia y le dan sentido
por medio del relato, y que en la construcción de esos relatos expresan
aspectos escogidos de su experiencia vivida, se deduce que estos relatos son
constitutivos: moldean las vidas y las relaciones.
De todo esto se consigue que, la “analogía del texto”, manifiesta la idea de que los relatos o
narraciones que subsisten en las personas determinan su interacción y
organización, y que la evolución de las vidas y de las relaciones se produce a
partir de la representación de tales relatos o narraciones en comportamientos.
De modo que la “analogía del texto”
es diferente de aquellas analogías que propondrían, en las familias y las
personas, una estructura o patología subyacente, constitutiva o modeladora de
sus vidas y relaciones. La evolución de las vidas y relaciones a través de la
representación de relatos se vincula con la “relativa indeterminación” de todos
los textos. La presencia del significado implícito, de las diversas
perspectivas de los diferentes “lectores” de determinados acontecimientos, y de
una amplia gama de metáforas disponibles para la descripción de tales eventos,
confiere a todos los textos un cierto grado de ambigüedad. Y, en el sentido en
que lo toma Iser (1978) esta indeterminación o ambigüedad exige que las
personas se comprometan en “la generación de significado, bajo la guía del
texto”.
En palabras de White, “los relatos están llenos de
lagunas que las personas deben llenar para que sea posible representarlos.
Estas lagunas ponen en marcha la experiencia vivida y la imaginación de las
personas. Con cada nueva versión, las personas reescriben sus vidas. La
evolución vital es similar al proceso de reescribir, por el que las personas
entran en los relatos, se apoderan de ellos, los hacen suyos y pueden
manejarlos” (White, 1993).
A partir de la analogía del texto pueden postularse
varios presupuestos acerca de las experiencias que las personas tienen de los
problemas. Es importante el punto que White y Epston aclaran con los siguientes
supuestos y son los que definen la dinámica general a seguir: a) las
narraciones con las que están relatando su vivencia y/o en las que otros están
contando su experiencia no representan suficientemente su experiencia vivida, y
b) en este caso habrá aspectos significativos y vitales de su experiencia que
contradigan esas narraciones dominantes.
En tanto a la externalización del problema, esta permite
a las personas separarse de los relatos dominantes que han estado dando forma a
sus vidas y relaciones (White, 1993). Al hacerlo, recuperan la capacidad de
identificar aspectos previamente ignorados, pero cruciales, de la experiencia
vivida, aspectos ignorados que no podrían haberse predicho a partir de la
lectura del relato dominante. White siguiendo a Goffman (1961), ha llamado a
estos aspectos de la experiencia “acontecimientos
extraordinarios” (White, 1987, 1988).
Sobre el segundo texto teórico denominado: “Re-Autoría:
Respuestas a las preguntas más frecuentes”, compilado por Maggie Carey y Shona
Russell. Se sigue una dinámica casi idéntica al sustento teórico anterior y de
hecho, fue de inspiración para aquellos autores la terapia narrativa, ya que el
capítulo del libro del cual se extrae este texto se denomina “Capitulo 2 de S.
Russell y M. Carey (comp.) (2004). Narrative therapy: responding to your
questions. Adelaide: Dulwich Centre Publications”, a su vez, el contenido cita
a White como el creador de los mapas de conversaciones de re-autoría en la página
4. Epston y White introdujeron la metáfora narrativa y la metáfora de
re-autoría en el campo terapéutico (Epston & White 1990; Epston 1992; White
2001a, citado por Carey y Russell 2003). Una de las consideraciones claves que
introdujo su trabajo era considerar que las historias dan forma a la identidad de
las personas. La concepción del panorama de identidad es una utilización de las
nociones de “estados intencionales de identidad” de White (White, 2001), así
como se asevera en la página 8 del mismo texto; también se hace uso de la
“jerarquía de los estados intencionales”, rescatadas de White (White, 2003); en
la página 11 se hace una referencia explicativa sobre la comparación entre las
conversaciones de re-autoría y las prácticas narrativas, declarando que están
también conectadas por medio de las “conversaciones de externalización” (Epston
& White 1990; Morgan 2000; Carey y Russell 2002); sumándole las
“conversaciones de remembranza” (White 1997; Russell & Carey 2002),
“prácticas de testigos externos y ceremonias de definición” (White 1995, 1999)
y el uso de documentos y cartas (Epston & White 1990; Epston 1994); y basta
también observar las referencias bibliográficas del mismo texto para contemplar
la distinta literatura de White y Epston e incluso, los autores y teóricos que
inspiraron a estos últimos, como Jerome Seymour Bruner.
Las conversaciones de re-autoría tienen lugar entre el
terapeuta y la persona que ha acudido a verle e implican la identificación y la
co-creación de historias de identidad alternativas. La práctica de la
re-autoría se basa en la asunción de que ninguna historia puede englobar la
totalidad de la experiencia de la persona, pues siempre habrá inconsistencias y
contradicciones (Carey y Russell, 2003). Siempre habrá otras historias que
pueden formarse y co-crearse a partir de los acontecimientos de la vida.
Nuestras identidades no tienen una única historia, somos “multi-historiados”.
Es por ello que las conversaciones de re-autoría suponen la co-autoría de
historias que colaborarán en el abordaje de aquello que ha traído a la persona
a consulta (Carey y Russell). Las historias alternativas son similares a las de
la historia problemática dominante, ya que consisten en acontecimientos pasados
unidos a través de un tema, para interpretarlos también de una determinada
forma, y estas pueden ser creadas a partir de conversaciones terapéuticas. El
procedimiento siguiente es el mismo que el ya citado a lo largo de esta
sección, también se suma la utilización de diplomas, cartas o invitados a
sesionar con el paciente, que pueden ser amigos, cercanos o familiares.
Felipe De Lucas.
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