domingo, 24 de abril de 2022

Sueño con el Ángel Zínoc en la Antártida.

 



Anoche tuve un sueño muy revelador, que curiosamente no ocurrió durante el nocturno, sino cuando amanecía el día. Calculo que fue cerca de las seis de la mañana. El sueño se dividía en dos partes:

     La primera es un tanto imperceptible para mi análisis actual, pero recuerdo haber observado un viaje en buque, uno industrial y enorme, tal vez pesquero, pero igualmente turístico. Avanzaba el coloso entre hielos que flotaban en un mar gélido, de un color impresionante debido a su diferencia con el color del océano aquí en la costa de mi región. Soy de Valparaíso, la magnífica Joya del Pacífico, que aún no pierde su brillo entre incendios, destrucciones urbanas, rayados y pensamientos oscuros. Sin duda que en el mar antártico predominan otras coloraciones, de extrema pureza, donde el frío invencible termina por emitir un color blanco y azul perfectos, con tonalidades dentro de las gamas características de esos tonos. Los bloques de hielo eran muy celestes cerca del agua y blancos más arriba, en dicha superficie que tocaba el cielo tan helado como el mismo mar. El buque gris pasaba entre los glaciares, ante la expectación de algunos sobre la cubierta que aún no conocían el continente blanco.

     La segunda parte del sueño es extraña, la primera fue una imagen normal de lo que se podría observar al llegar al misterioso sur absoluto del mundo, pero este bloque dista de ser común, como he dicho. Ya habíamos bajado del barco, me encontraba con tres personas que ya conozco. Una de esas personas fue fácilmente reconocida por mí, era un compañero de viajes. Las otras dos personas las había conocido hace poco en mi vida, allá en la Patagonia, pero debo admitir que sus figuras eran confusas, difuminadas, se disolvían con la energía mágica del lugar, así que asumo que eran esas dos personas que conocí personalmente este año. Improbable podría parecer que con esas dos personas nos aventurásemos al fin del mundo, pero no voy a negar que existió una conversación relacionada con un posible viaje a la Antártida, aunque sin hacer compromisos entre nosotros.

     Caminábamos por un pasillo largo, parecía de un hospital, pero realmente podríamos compararlo con una especie de "recibidor" marítimo, como una gran industria que recibía a los barcos, un puerto techado metálico, con puertas dobles rojas o de otros colores, era un lugar que uno ya puede reconocer fácilmente. Había harto movimiento en ese lugar, no era escaso el factor humano, había gente que iba de un lado a otro, unos más animados que otros, pero en general se respiraba un aire a furor. A medida que avanzábamos por el pasillo sabíamos a lo que nos acercábamos, parece que habíamos bajado del buque dentro de la gran plataforma, quizás este ingresó en la industria techada (algo que no sería del todo improbable en algún sector del mundo), descendiendo al interior de la protección del edificio, por ende, aún no pisábamos el suelo de hielo antiquísimo.

     Llegamos finalmente a unas puertas dobles toscas, que al abrirlas nos encontramos finalmente pisando suelo Antártico con nuestros propios pies. Era un paisaje increíble, espléndido, espectacular en todo sentido. Las montañas blancas gigantescas dominaban todo el firmamento, de hecho, nos encontrábamos sobre una (no olvidemos que era un espacio también onírico, pero muy vívido). En una gran explanada de hielo se encontraba mucha gente realizando diversas actividades, algunos jugaban, otros caminaban, otros corrían, otros hacían deportes, otros estaban en reuniones sociales, otros trabajaban, a su vez marchaba un ejército sobre el continente más inhóspito del globo.

     Recuerdo haberme hundido hasta las rodillas en la nieve, en un sector donde estaba más diluido el suelo, sentí el hielo penetrando mi ropa, con ello mi piel. Se sentía una llamativa alegría en todo lugar, que se desprendía de las almas de todos los presentes. Fue así que me alejé unos metros solo, hasta que empezó a surgir en mí un trance inimaginable, que no recuerdo haber tenido en ningún otro sueño similar antes de esta mañana. Sentí que el mundo comenzó a tragarme, sentí una desesperación interna, pero debía asumir la responsabilidad de haber decidido ir a la Antártida, debía ser un temerario ahora que me encontraba en la boca del lobo más feroz. Mientras el paisaje perdía las leyes de la física que lo sostenían, todo caía en un abismo del color más negro y parejo existente, y siguiendo una idea escrita por Nietzsche, sentí que mientras observaba mi caída por ese abismo oscuro, el abismo también me miraba a mí, y se reconocía a través de mí, de mi personalidad, de mi alma, de mi anhelo, de mi sueño. 

     Así se repetía el mismo destino que vivieron esos ángeles al caer del universo, una vez perdida la batalla contra los "ángeles de dios". Del mismo modo, la caída fue como el ocaso de esos dioses de los que Wagner se inspiró para orquestar su magna obra. Era la repetición del mismo patrón: creo haber sentido una pizca de lo que sintieron esos seres celestiales.

     Debo admitir que no alcancé a observar en absoluto al ángel Zínoc, pero esa fuerza que me atraía hacia el fondo provenía de una existencia con vida, incluso consciente, allí por debajo de todas las masas de tierra heladas y blancas, en un abismo puramente espiritual. Mientras veía la negrura, alejado de mis acompañantes, asimismo del resto de los humanos, se hacía evidente como se desdoblaba la realidad concreta en esta realidad de orden metafísico. A su vez, se veían otros sectores del mismo continente blanco con personas que realizaban otras actividades, reconozco un valle con una costa donde se encontraba un grupo de personas disfrutando de una experiencia inigualable, contemplando la distancia inagotable del paisaje frente a sus ojos. Y lo más fascinante, es que en la situación "real", "tangible" de la explanada se encontraban unas personas realizando parapentes, se lanzaban desde montañas, volando sobre las nubes heladísimas del sector, dispuestos a aterrizar en un punto lejano, situación que yo mismo observé, puesto que varios de los que se lanzaban caían a la lejanía en un punto al unísono. Era la practica concreta de ese deporte pero realizada en la Antártida.

     Lo más extraño es que me convertí de repentino en una de esas personas que se lanzaban, particularmente de un hombre, no sé si hubo un intercambio de almas, pero no era yo efectivamente el que se lanzaba, pero aun así ocupé su cuerpo, observando toda la experiencia (curiosamente hace unos meses vi una escena muy similar en el otro extremo del país, en Iquique; incluso pensé que algún día, superando todos mis temores a las alturas, pudiera arrojarme al vacío con esas alas artificiales, practicando al menos por una ocasión el parapente, por tanto este sueño no está tan lejano a mis reflexiones, es la magia del yo dormido). La velocidad era inmensa, las partículas de hielo tenían ese rostro casi congelado, la barba se había convertido en estalactitas de hielo, el viento, la brisa, las nubes, la fuerza del acto mismo chocaba por entero en mi cuerpo, sobre todo en mi rostro sentía los elementos ya descritos. La madurez de ese hombre le permitía maniobrar sus alas con experiencia, por tanto, no existía miedo en su ser. Otros iban a mis costados y comenzamos a bajar hacia el suelo blanco.

     Sin duda que esa fue una parte muy emocionante del sueño, pero la más inquietante fue la del vacío, porque de nuevo volví a aquél. Esa caída al vacío conduce a Zínoc, el Ángel escondido en la Antártida, que se encuentra probablemente junto a otros ángeles caídos amordazados. No visualicé al ángel, pero sé que él me vio y me eligió para su peregrinaje místico. En ese abismo creí morir, era palpable la muerte, sentí que había viajado a la Antártida para efectivamente morir, pero no con cuerpo físico, sino por medio de una muerte astral, espiritual; definitivamente es la iniciación más profunda que puede existir para un latinoamericano, para un habitante de las tierras que ahora se llaman Chile. Independiente del origen que uno tenga, el lugar donde nacimos es siempre determinante, ese misterio pertenece a las inteligencias superiores que rigen la materia y el espíritu. Las fuerzas malignas de la naturaleza están presentes en Chile, pero llegan a su máxima expresión en la Antártida, donde la profundidad de ese 'averno' se come toda forma de vida, material y antimaterial. Mientras todo esto ocurría sentí, por medio de un pensamiento racional, que yo sabía a lo que había ido, y me encontré realmente con lo que estuve buscando, esa fue la sensación que me invadió en el sueño mismo. La tierra me estaba tragando, pero curiosamente yo había elegido eso.

     Sin duda que todo esto no debe confundirse, ni leerse con una mente superficial. Advertencia. Esa fue una representación de la gran iniciación que otorga la naturaleza del continente blanco, el punto más inhóspito e insondable de la tierra. O tal vez fue una primera etapa de esa iniciación astral, o sea, a nivel del mundo invisible. Todo ello se generó dentro mío, pero también quizás dentro de todas esas personas que allí se encontraban, cada uno habrá vivenciado la experiencia o la habrá percibido de acuerdo a su propia complejidad sensorial. Pero yo la viví así.

     Una vez al despertar, sentí que este era el primer llamado. Que el espíritu de esa región, que el ánimo y la voluntad de ese ángel escondido me había realizado una primera señal, un primer mensaje. Es sabido que todo esto comienza a través de sueños, pues son los mismos sueños los que te conducen poco a poco en cuerpo y alma hasta el lugar que te llama por tu nombre.


F.D.L.






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